lunes, 22 de abril de 2013
Ficha 4. Selección de textos de Freud.
Sigmund Freud: justificación del concepto de lo inconsciente
Desde muy diversos sectores se nos ha discutido el derecho a
aceptar la existencia de un psiquismo inconsciente y a laborar científicamente
con esta hipótesis. Contra esta opinión podemos argüir que la hipótesis de la
existencia de lo inconsciente es necesaria y legítima, y, además, que poseemos
múltiples pruebas de su exactitud. Es necesaria, porque los datos de la
conciencia son altamente incompletos. Tanto en los sanos como en los enfermos surgen
con frecuencia actos psíquicos cuya explicación presupone otros de los que la
conciencia no nos ofrece testimonio alguno. Actos de este género son no sólo
los actos fallidos y los sueños de los individuos sanos, sino también todos
aquellos que calificamos de un síntoma psíquico o de una obsesión en los
enfermos. Nuestra cotidiana experiencia personal nos muestra ocurrencias cuyo
origen desconocemos y conclusiones intelectuales cuya elaboración ignoramos.
Todos estos actos conscientes resultarán faltos de sentido y coherencia si
mantenemos la teoría de que la totalidad de nuestros actos psíquicos ha de
sernos dada a conocer por nuestra conciencia y, en cambio, quedarán ordenados
dentro de un conjunto coherente e inteligible si interpolamos entre ellos los
actos inconscientes que hemos inferido. Esta ganancia de sentido constituye, de
por sí, motivo justificado para traspasar los límites de la experiencia
directa. Y si luego comprobamos que tomando como base la existencia de un
psiquismo inconsciente podemos estructurar un procedimiento eficacísimo, por
medio del cual influir adecuadamente sobre el curso de los procesos
conscientes, este éxito nos dará una prueba irrebatible de la exactitud de
nuestra hipótesis. Habremos de situarnos entonces en el punto de vista de que
no es sino una pretensión insostenible el exigir que todo lo que sucede en lo
psíquico haya de ser conocido por la conciencia. [...]
El nódulo del sistema Inc. está constituido por
representaciones de instintos que aspiran a derivar su carga, o sea por
impulsos de deseos. Estos impulsos instintivos se hallan coordinados entre si y
coexisten sin influir unos sobre otros ni tampoco contradecirse. Cuando dos
impulsos de deseos cuyos fines nos parecen inconciliables son activados al
mismo tiempo, no se anulan recíprocamente sino que se unen para formar un fin
intermedio, o sea una transacción.
En este sistema no hay negación ni duda alguna, ni tampoco
grado ninguno de seguridad. Todo esto es aportado luego por la labor de la
censura que actúa entre los sistemas Inc. y Prec. La negación es una
sustitución a un nivel más elevado de la represión. En el sistema Inc. no hay
sino contenidos más o menos enérgicamente catectizados.
Reina en él una mayor movilidad de las intensidades de
carga. Por medio del proceso del desplazamiento puede una idea transmitir a
otra todo el montante de su carga, y por el de la condensación acoger en sí
toda la carga de varias otras ideas. A mi juicio, deben considerarse estos dos
procesos como caracteres del llamado proceso psíquico primario. En el sistema
Prec. domina el proceso secundario. Cuanto tal proceso primario recae sobre
elementos del sistema Pres., lo juzgamos «cómico» y despierta la risa.
Los procesos del sistema Inc. se hallan fuera del tiempo
esto es, no aparecen ordenados cronológicamente, no sufren modificación ninguna
por el transcurso del tiempo y carecen de toda relación con él. También la
relación temporal se halla ligada a la labor del sistema Cc.
Los procesos del sistema Inc. carecen también de toda
relación con la realidad Se hallan sometidos al principio del placer y su
destino depende exclusivamente de su fuerza y de la medida en que satisfacen
las aspiraciones comenzadas por el placer y el displacer.
Resumiendo, diremos que los caracteres que esperamos
encontrar en los procesos pertenecientes al sistema Inc. son la falta de
contradicción el proceso primario (movilidad de las cargas), la independencia
del tiempo y la sustitución de la realidad exterior por la psíquica.
__________________________________________________
Metapsicología: lo inconsciente, en Obras completas,
Biblioteca Nueva, Madrid 1968, Vol. I, p.1052-1061.
Sigmund Freud: los instintos y sus destinos
Si consideramos la vida anímica desde el punto de vista
biológico, se nos muestra el «instinto» como un concepto límite entre lo a
anímico y lo somático, como un representante psíquico de los estímulos
procedentes del interior del cuerpo, que arriban al alma, y como una magnitud
de la exigencia del trabajo impuesta a lo anímico a consecuencia de su conexión
con lo somático.
Podemos discutir ahora algunos términos empleados en
relación con el concepto del instinto, tales como perentoriedad, fin, objeto y
fuente del instinto.
Por perentoriedad («Drang») de un instinto se entiende su factor
motor, esto es, la suma de fuerza o la cantidad de exigencia de trabajo que
representa. Este carácter perentorio es una cualidad general de los instintos e
incluso constituye la esencia de los mismos. Cada instinto es una magnitud de
actividad, y al hablar negligentemente de instintos pasivos se alude tan sólo a
instintos de fin pasivo.
El fin («Ziel») de un instinto es siempre la satisfacción,
que sólo puede ser alcanzada por la supresión del estado de estimulación de la
fuente del instinto. Pero aun cuando el fin último de todo instinto es
invariable, puede haber diversos caminos que conduzcan a él, de manera que para
cada instinto pueden existir diferentes fines próximos susceptibles de ser
combinados o sustituidos entre sí. La experiencia nos permite hablar también de
instintos coartados en su fin esto es, de procesos a los que se permite avanzar
cierto espacio hacia la satisfacción del instinto, pero que experimentan luego
una inhibición o una desviación. Hemos de admitir que también con tales procesos
se halla enlazada una satisfacción parcial.
El objeto («Objekt») del instinto es la cosa en la cual o
por medio de la cual puede el instinto alcanzar su satisfacción. Es lo más
variable del instinto; no se halla enlazado a él originariamente, sino subordinado
a él a consecuencia de su adecuación al logro de la satisfacción. No es
necesariamente algo exterior al sujeto, sino que puede ser una parte cualquiera
de su propio cuerpo y es susceptible de ser sustituido indefinidamente por otro
en el curso de los destinos de la vida del instinto. Este desplazamiento del
instinto desempeña importantísimas funciones. Puede presentarse el caso de que
el mismo objeto sirva simultáneamente a la satisfacción de varios instintos (el
caso de la confluencia de los instintos, según Alfred Adler). Cuando un
instinto aparece ligado de un modo especialmente íntimo y estrecho al objeto,
hablamos de una fijación de dicho instinto. Esta fijación tiene efecto con gran
frecuencia en períodos muy tempranos del desarrollo de los instintos y pone fin
a la movilidad del instinto de que se trate, oponiéndose intensamente a su
separación del objeto.
Por fuente («Quelle») del instinto se entiende aquel proceso
somático que se desarrolla en un órgano o una parte del cuerpo, y es representado
en la vida anímica por el instinto. Se ignora si este proceso es regularmente
de naturaleza química o puede corresponder también al desarrollo de otras
fuerzas; por ejemplo, de fuerzas mecánicas. EI estudio de las fuentes del
instinto no corresponde ya a la Psicología. Aunque el hecho de nacer de fuentes
somáticas sea en realidad lo decisivo para el instinto, éste no se nos da a
conocer en la vida anímica sino por sus fines. Para la investigación
psicológica no es absolutamente indispensable más preciso conocimiento de las
fuentes del instinto, y muchas veces pueden ser deducidas éstas del examen de
los fines del instinto.
¿Habremos de suponer que los diversos instintos procedentes
de lo somático y que actúan sobre lo psíquico se hallan también caracterizados
por cualidades diferentes y actúan por esta causa de un modo cualitativamente
distinto de la vida anímica? A nuestro juicio, no. Bastará más bien admitir
simplemente que todos los instintos son cualitativamente iguales y que su
efecto no depende sino de las magnitudes de excitación que llevan consigo y
quizá de ciertas funciones de esta cantidad. Las diferencias que presentan las
funciones psíquicas de los diversos instintos pueden atribuirse a la diversidad
de las fuentes de estos últimos. Más adelante, y en una distinta relación,
llegaremos, de todos modos, a aclarar lo que el problema de la cualidad de los
instintos significa.
__________________________________________________
Metapsicología: los instintos y sus destinos, en Obras
completas, Biblioteca Nueva, Madrid 1968, Vol. I, p.1037.
Sigmund Freud: el sueño, realización de deseos
Estos deseos de nuestro inconsciente, siempre en actividad
y, por decirlo así, inmortales, deseos que nos recuerdan aquellos titanes de la
leyenda sobre los cuales pesan desde tiempo inmemorial inmensas montañas que
fueron arrojadas sobre ellos por los dioses vencedores y que aún tiemblan de
tiempo en tiempo, sacudidas por las convulsiones de sus miembros; estos deseos
reprimidos, repito, son también de procedencia infantil, como nos lo ha
demostrado la investigación psicológica de las neurosis. Así, pues, retiraré mi
afirmación anterior de que la procedencia del deseo era una cuestión
indiferente, y la sustituiré por la que sigue: El deseo representado en el
sueño tiene que ser un deseo infantil. En los adultos procede entonces del Inc.
En los niños, en los que no existe aún la separación y la censura entre el Prec
y el Inc, o en los que comienza a establecerse poco a poco, el deseo es un
deseo insatisfecho, pero no reprimido, de la vida despierta.
__________________________________________________
La interpretación de los sueños, 9, c (Obras completas,
Biblioteca Nueva, Madrid 1967, vol. 1, p. 553).
Sigmund Freud: instinto de vida, instinto de muerte
En nuestro estudio Más allá del principio del placer
desarrollamos una teoría que sostendremos y continuaremos en el presente
trabajo. Era esta teoría la de que es necesario distinguir dos clases de
instintos, una de las cuales, los instintos sexuales, o el Eros, era la más
visible y accesible al conocimiento, e integraba no sólo el instinto sexual propiamente
dicho, no coartado, sino también los impulsos instintivos coartados en su fin y
sublimados y derivados de él, y el instinto de conservación, que hemos de
adscribir al yo, y el que opusimos justificadamente, al principio de la labor
psicoanalítica, a los instintos objetivos sexuales. La determinación de la
segunda clase de instintos nos opuso grandes dificultades, pero acabamos por
hallar en el sadismo su representante. Basándonos en reflexiones teóricas,
apoyadas en la biología, supusimos la existencia de un instinto de muerte, cuya
misión es hacer retornar todo lo orgánico animado al estado inanimado, en
contraposición al Eros, cuyo fin es complicar la vida y conservarla así, por
medio de una síntesis cada vez más amplia de la sustancia viva, dividida en
particular. Ambos instintos se conducen en una forma estrictamente
conservadora, tendiendo a la reconstrucción de un estado perturbado por la
génesis de la vida; génesis que sería la causa tanto de la continuación de la
vida como de la tendencia a la muerte. A su vez, la vida sería un combate y una
transacción entre ambas tendencias. La cuestión del origen de la vida sería,
pues, de naturaleza cosmológica, y la referente al objeto y fin de la vida
recibiría una respuesta dualista.
__________________________________________________
El yo y el ello, IV (Obras completas, 3 vols., Biblioteca
Nueva, Madrid 1968, vol. 2, p. 21-22).
Sigmund Freud. El yo, el super-yo y el ello: la felicidad no es un
objetivo de la cultura
EI super-yo cultural ha elaborado sus ideales y erigido sus
normas. Entre éstas, las que se refieren a las relaciones de los seres humanos
entre sí están comprendidas en el concepto de la ética. En todas las épocas se
dio mayor valor a estos sistemas éticos, como si precisamente ellos hubieran de
colmar las máximas esperanzas. En efecto, la ética aborda aquel punto que es
fácil reconocer como el más vulnerable de toda cultura. Por consiguiente, debe
ser concebida como una tentativa terapéutica, como un ensayo destinado a lograr
mediante un imperativo del super-yo lo que antes no pudo alcanzar la restante
labor cultural. Ya sabemos que en este sentido el problema consiste en eliminar
el mayor obstáculo con que tropieza la cultura: la tendencia constitucional de
los hombres a agredirse mutuamente; de ahí el particular interés que tiene para
nosotros el quizá más reciente precepto del super-yo cultural «amarás al
prójimo como a ti mismo». La investigación y el tratamiento de las neurosis nos
ha llevado a sustentar dos acusaciones contra el super-yo del individuo: con la
severidad de sus preceptos y prohibiciones se despreocupa demasiado de la
felicidad del yo, pues no toma debida cuenta de las resistencias contra el
cumplimiento de aquéllos, de la energía instintiva del ello y de las dificultades
que ofrece el mundo real. Por consiguiente, al perseguir nuestro objetivo
terapéutico, muchas veces nos vemos obligados a luchar contra el super-yo,
esforzándonos por atenuar sus pretensiones. Podemos exponer objeciones muy
análogas contra las exigencias éticas del super-yo cultural. Tampoco éste se
preocupa bastante por la constitución psíquica del hombre, pues instituye un
precepto y no se pregunta si al ser humano le será posible cumplirlo. Acepta,
más bien, que al yo del hombre le es psicológicamente posible realizar cuanto
se le encomiende; que el yo goza de ilimitada autoridad sobre su ello. He aquí
un error, pues aun en los seres pretendidamente normales la dominación sobre el
ello no puede exceder determinados limites. Si las exigencias los sobrepasan,
se produce en el individuo una rebelión o una neurosis, o se le hace infeliz.
_____________________________________________
E/ malestar en la cultura, Alianza, Madrid 1970, p. 84-85.
Sigmund Freud. La agresividad y la cultura: instinto de vida e instinto
de muerte
El término libido puede seguir aplicándose a las
manifestaciones del Eros para discernirlas de la energía inherente al instinto
de muerte. Cabe confesar que nos resulta mucho más difícil captar este último y
que, en cierta manera únicamente lo conjeturamos como una especie de residuo o
remanente oculto tras el Eros, sustrayéndose a nuestra observación toda vez que
no se manifieste en la amalgama con el mismo. En el sadismo, donde desvía a su
manera y conveniencia el fin erótico, sin dejar de satisfacer por ello el
impulso sexual, logramos el conocimiento más diáfano de su esencia y de su
relación con el Eros. Pero aun donde aparece sin propósitos sexuales, aun en la
mas ciega furia destructiva, no se puede dejar de reconocer que su satisfacción
se acompaña de extraordinario placer narcisista, pues ofrece al yo la
realización de sus más arcaicos deseos de omnipotencia. Atenuado y domeñado,
casi coartado en su fin, el instinto de destrucción dirigido a los objetos debe
procurar al yo la satisfacción de sus necesidades vitales y el dominio sobre la Naturaleza. Dado
que, en efecto, hemos recurrido principalmente a argumentos teóricos para
fundamentar el instinto de muerte, debemos conceder que no está al abrigo de
los reparos de idéntica índole; pero, en todo caso, tal es como lo consideramos
en el estado actual de nuestros conocimientos. La investigación y la
especulación [futuras nos suministran, con seguridad, la decisiva claridad al
respecto.
En todo lo que sigue adoptaré, pues, el punto de vista de
que la tendencia agresiva es una disposición instintiva innata y autónoma del
ser humano; además, retomo ahora mi afirmación de que aquélla constituye el
mayor obstáculo con el que tropieza la cultura. En el curso de esta
investigación se nos impuso alguna vez la intuición de que la cultura sería un
proceso particular que se desarrolla sobre la humanidad, y aún ahora nos
subyuga esta idea. Añadiremos que se trata de un proceso puesto al servicio del
Eros, destinado a condensar en una unidad vasta, en la humanidad, a los
individuos aislados. luego a las familias, las tribus, los pueblos y las
naciones. No sabemos por qué es preciso que sea así: aceptamos que es,
simplemente, la obra del Eros. Estas masas humanas han de ser vinculadas
libidinalmente, pues ni la necesidad por sí sola ni las ventajas de la
comunidad de trabajo bastarían para mantenerlas unidas. Pero el natural
instinto humano de agresión, la hostilidad de uno contra todos y de todos
contra uno, se opone a este designio de la cultura. Dicho instinto de agresión
es el descendiente y principal representante del instinto de muerte, que hemos
hallado junto al Eros y que con él comparte la dominación del mundo. Ahora,
creo, el sentido de la evolución cultural ya no nos resultará impenetrable; por
fuerza debe presentarnos la lucha entre Eros y muerte, instinto de vida e
instinto de destrucción, tal como se lleva a cabo en la especie humana. Esta
lucha es, en suma, el contenido esencial de la misma, y por ello la evolución
cultural puede ser definida brevemente como la lucha de la especie humana por
la vida. ¡Y es este combate de los Titanes el que nuestras nodrizas pretenden
aplacar en su «arrorró del Cielo»
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El malestar en la cultura, en Obras completas, Biblioteca
Nueva, Madrid 1968, vol. III p.45-46.
Sigmund Freud: justificación del concepto de lo inconsciente
Desde muy diversos sectores se nos ha discutido el derecho a
aceptar la existencia de un psiquismo inconsciente y a laborar científicamente
con esta hipótesis. Contra esta opinión podemos argüir que la hipótesis de la
existencia de lo inconsciente es necesaria y legítima, y, además, que poseemos
múltiples pruebas de su exactitud. Es necesaria, porque los datos de la
conciencia son altamente incompletos. Tanto en los sanos como en los enfermos surgen
con frecuencia actos psíquicos cuya explicación presupone otros de los que la
conciencia no nos ofrece testimonio alguno. Actos de este género son no sólo
los actos fallidos y los sueños de los individuos sanos, sino también todos
aquellos que calificamos de un síntoma psíquico o de una obsesión en los
enfermos. Nuestra cotidiana experiencia personal nos muestra ocurrencias cuyo
origen desconocemos y conclusiones intelectuales cuya elaboración ignoramos.
Todos estos actos conscientes resultarán faltos de sentido y coherencia si
mantenemos la teoría de que la totalidad de nuestros actos psíquicos ha de
sernos dada a conocer por nuestra conciencia y, en cambio, quedarán ordenados
dentro de un conjunto coherente e inteligible si interpolamos entre ellos los
actos inconscientes que hemos inferido. Esta ganancia de sentido constituye, de
por sí, motivo justificado para traspasar los límites de la experiencia
directa. Y si luego comprobamos que tomando como base la existencia de un
psiquismo inconsciente podemos estructurar un procedimiento eficacísimo, por
medio del cual influir adecuadamente sobre el curso de los procesos
conscientes, este éxito nos dará una prueba irrebatible de la exactitud de
nuestra hipótesis. Habremos de situarnos entonces en el punto de vista de que
no es sino una pretensión insostenible el exigir que todo lo que sucede en lo
psíquico haya de ser conocido por la conciencia. [...]
El nódulo del sistema Inc. está constituido por
representaciones de instintos que aspiran a derivar su carga, o sea por
impulsos de deseos. Estos impulsos instintivos se hallan coordinados entre si y
coexisten sin influir unos sobre otros ni tampoco contradecirse. Cuando dos
impulsos de deseos cuyos fines nos parecen inconciliables son activados al
mismo tiempo, no se anulan recíprocamente sino que se unen para formar un fin
intermedio, o sea una transacción.
En este sistema no hay negación ni duda alguna, ni tampoco
grado ninguno de seguridad. Todo esto es aportado luego por la labor de la
censura que actúa entre los sistemas Inc. y Prec. La negación es una
sustitución a un nivel más elevado de la represión. En el sistema Inc. no hay
sino contenidos más o menos enérgicamente catectizados.
Reina en él una mayor movilidad de las intensidades de
carga. Por medio del proceso del desplazamiento puede una idea transmitir a
otra todo el montante de su carga, y por el de la condensación acoger en sí
toda la carga de varias otras ideas. A mi juicio, deben considerarse estos dos
procesos como caracteres del llamado proceso psíquico primario. En el sistema
Prec. domina el proceso secundario. Cuanto tal proceso primario recae sobre
elementos del sistema Pres., lo juzgamos «cómico» y despierta la risa.
Los procesos del sistema Inc. se hallan fuera del tiempo
esto es, no aparecen ordenados cronológicamente, no sufren modificación ninguna
por el transcurso del tiempo y carecen de toda relación con él. También la
relación temporal se halla ligada a la labor del sistema Cc.
Los procesos del sistema Inc. carecen también de toda
relación con la realidad Se hallan sometidos al principio del placer y su
destino depende exclusivamente de su fuerza y de la medida en que satisfacen
las aspiraciones comenzadas por el placer y el displacer.
Resumiendo, diremos que los caracteres que esperamos
encontrar en los procesos pertenecientes al sistema Inc. son la falta de
contradicción el proceso primario (movilidad de las cargas), la independencia
del tiempo y la sustitución de la realidad exterior por la psíquica.
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Metapsicología: lo inconsciente, en Obras completas,
Biblioteca Nueva, Madrid 1968, Vol. I, p.1052-1061.
Sigmund Freud: los instintos y sus destinos
Si consideramos la vida anímica desde el punto de vista
biológico, se nos muestra el «instinto» como un concepto límite entre lo a
anímico y lo somático, como un representante psíquico de los estímulos
procedentes del interior del cuerpo, que arriban al alma, y como una magnitud
de la exigencia del trabajo impuesta a lo anímico a consecuencia de su conexión
con lo somático.
Podemos discutir ahora algunos términos empleados en
relación con el concepto del instinto, tales como perentoriedad, fin, objeto y
fuente del instinto.
Por perentoriedad («Drang») de un instinto se entiende su factor
motor, esto es, la suma de fuerza o la cantidad de exigencia de trabajo que
representa. Este carácter perentorio es una cualidad general de los instintos e
incluso constituye la esencia de los mismos. Cada instinto es una magnitud de
actividad, y al hablar negligentemente de instintos pasivos se alude tan sólo a
instintos de fin pasivo.
El fin («Ziel») de un instinto es siempre la satisfacción,
que sólo puede ser alcanzada por la supresión del estado de estimulación de la
fuente del instinto. Pero aun cuando el fin último de todo instinto es
invariable, puede haber diversos caminos que conduzcan a él, de manera que para
cada instinto pueden existir diferentes fines próximos susceptibles de ser
combinados o sustituidos entre sí. La experiencia nos permite hablar también de
instintos coartados en su fin esto es, de procesos a los que se permite avanzar
cierto espacio hacia la satisfacción del instinto, pero que experimentan luego
una inhibición o una desviación. Hemos de admitir que también con tales procesos
se halla enlazada una satisfacción parcial.
El objeto («Objekt») del instinto es la cosa en la cual o
por medio de la cual puede el instinto alcanzar su satisfacción. Es lo más
variable del instinto; no se halla enlazado a él originariamente, sino subordinado
a él a consecuencia de su adecuación al logro de la satisfacción. No es
necesariamente algo exterior al sujeto, sino que puede ser una parte cualquiera
de su propio cuerpo y es susceptible de ser sustituido indefinidamente por otro
en el curso de los destinos de la vida del instinto. Este desplazamiento del
instinto desempeña importantísimas funciones. Puede presentarse el caso de que
el mismo objeto sirva simultáneamente a la satisfacción de varios instintos (el
caso de la confluencia de los instintos, según Alfred Adler). Cuando un
instinto aparece ligado de un modo especialmente íntimo y estrecho al objeto,
hablamos de una fijación de dicho instinto. Esta fijación tiene efecto con gran
frecuencia en períodos muy tempranos del desarrollo de los instintos y pone fin
a la movilidad del instinto de que se trate, oponiéndose intensamente a su
separación del objeto.
Por fuente («Quelle») del instinto se entiende aquel proceso
somático que se desarrolla en un órgano o una parte del cuerpo, y es representado
en la vida anímica por el instinto. Se ignora si este proceso es regularmente
de naturaleza química o puede corresponder también al desarrollo de otras
fuerzas; por ejemplo, de fuerzas mecánicas. EI estudio de las fuentes del
instinto no corresponde ya a la Psicología. Aunque el hecho de nacer de fuentes
somáticas sea en realidad lo decisivo para el instinto, éste no se nos da a
conocer en la vida anímica sino por sus fines. Para la investigación
psicológica no es absolutamente indispensable más preciso conocimiento de las
fuentes del instinto, y muchas veces pueden ser deducidas éstas del examen de
los fines del instinto.
¿Habremos de suponer que los diversos instintos procedentes
de lo somático y que actúan sobre lo psíquico se hallan también caracterizados
por cualidades diferentes y actúan por esta causa de un modo cualitativamente
distinto de la vida anímica? A nuestro juicio, no. Bastará más bien admitir
simplemente que todos los instintos son cualitativamente iguales y que su
efecto no depende sino de las magnitudes de excitación que llevan consigo y
quizá de ciertas funciones de esta cantidad. Las diferencias que presentan las
funciones psíquicas de los diversos instintos pueden atribuirse a la diversidad
de las fuentes de estos últimos. Más adelante, y en una distinta relación,
llegaremos, de todos modos, a aclarar lo que el problema de la cualidad de los
instintos significa.
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Metapsicología: los instintos y sus destinos, en Obras
completas, Biblioteca Nueva, Madrid 1968, Vol. I, p.1037.
Sigmund Freud: el sueño, realización de deseos
Estos deseos de nuestro inconsciente, siempre en actividad
y, por decirlo así, inmortales, deseos que nos recuerdan aquellos titanes de la
leyenda sobre los cuales pesan desde tiempo inmemorial inmensas montañas que
fueron arrojadas sobre ellos por los dioses vencedores y que aún tiemblan de
tiempo en tiempo, sacudidas por las convulsiones de sus miembros; estos deseos
reprimidos, repito, son también de procedencia infantil, como nos lo ha
demostrado la investigación psicológica de las neurosis. Así, pues, retiraré mi
afirmación anterior de que la procedencia del deseo era una cuestión
indiferente, y la sustituiré por la que sigue: El deseo representado en el
sueño tiene que ser un deseo infantil. En los adultos procede entonces del Inc.
En los niños, en los que no existe aún la separación y la censura entre el Prec
y el Inc, o en los que comienza a establecerse poco a poco, el deseo es un
deseo insatisfecho, pero no reprimido, de la vida despierta.
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La interpretación de los sueños, 9, c (Obras completas,
Biblioteca Nueva, Madrid 1967, vol. 1, p. 553).
Sigmund Freud: instinto de vida, instinto de muerte
En nuestro estudio Más allá del principio del placer
desarrollamos una teoría que sostendremos y continuaremos en el presente
trabajo. Era esta teoría la de que es necesario distinguir dos clases de
instintos, una de las cuales, los instintos sexuales, o el Eros, era la más
visible y accesible al conocimiento, e integraba no sólo el instinto sexual propiamente
dicho, no coartado, sino también los impulsos instintivos coartados en su fin y
sublimados y derivados de él, y el instinto de conservación, que hemos de
adscribir al yo, y el que opusimos justificadamente, al principio de la labor
psicoanalítica, a los instintos objetivos sexuales. La determinación de la
segunda clase de instintos nos opuso grandes dificultades, pero acabamos por
hallar en el sadismo su representante. Basándonos en reflexiones teóricas,
apoyadas en la biología, supusimos la existencia de un instinto de muerte, cuya
misión es hacer retornar todo lo orgánico animado al estado inanimado, en
contraposición al Eros, cuyo fin es complicar la vida y conservarla así, por
medio de una síntesis cada vez más amplia de la sustancia viva, dividida en
particular. Ambos instintos se conducen en una forma estrictamente
conservadora, tendiendo a la reconstrucción de un estado perturbado por la
génesis de la vida; génesis que sería la causa tanto de la continuación de la
vida como de la tendencia a la muerte. A su vez, la vida sería un combate y una
transacción entre ambas tendencias. La cuestión del origen de la vida sería,
pues, de naturaleza cosmológica, y la referente al objeto y fin de la vida
recibiría una respuesta dualista.
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El yo y el ello, IV (Obras completas, 3 vols., Biblioteca
Nueva, Madrid 1968, vol. 2, p. 21-22).
Sigmund Freud. El yo, el super-yo y el ello: la felicidad no es un
objetivo de la cultura
EI super-yo cultural ha elaborado sus ideales y erigido sus
normas. Entre éstas, las que se refieren a las relaciones de los seres humanos
entre sí están comprendidas en el concepto de la ética. En todas las épocas se
dio mayor valor a estos sistemas éticos, como si precisamente ellos hubieran de
colmar las máximas esperanzas. En efecto, la ética aborda aquel punto que es
fácil reconocer como el más vulnerable de toda cultura. Por consiguiente, debe
ser concebida como una tentativa terapéutica, como un ensayo destinado a lograr
mediante un imperativo del super-yo lo que antes no pudo alcanzar la restante
labor cultural. Ya sabemos que en este sentido el problema consiste en eliminar
el mayor obstáculo con que tropieza la cultura: la tendencia constitucional de
los hombres a agredirse mutuamente; de ahí el particular interés que tiene para
nosotros el quizá más reciente precepto del super-yo cultural «amarás al
prójimo como a ti mismo». La investigación y el tratamiento de las neurosis nos
ha llevado a sustentar dos acusaciones contra el super-yo del individuo: con la
severidad de sus preceptos y prohibiciones se despreocupa demasiado de la
felicidad del yo, pues no toma debida cuenta de las resistencias contra el
cumplimiento de aquéllos, de la energía instintiva del ello y de las dificultades
que ofrece el mundo real. Por consiguiente, al perseguir nuestro objetivo
terapéutico, muchas veces nos vemos obligados a luchar contra el super-yo,
esforzándonos por atenuar sus pretensiones. Podemos exponer objeciones muy
análogas contra las exigencias éticas del super-yo cultural. Tampoco éste se
preocupa bastante por la constitución psíquica del hombre, pues instituye un
precepto y no se pregunta si al ser humano le será posible cumplirlo. Acepta,
más bien, que al yo del hombre le es psicológicamente posible realizar cuanto
se le encomiende; que el yo goza de ilimitada autoridad sobre su ello. He aquí
un error, pues aun en los seres pretendidamente normales la dominación sobre el
ello no puede exceder determinados limites. Si las exigencias los sobrepasan,
se produce en el individuo una rebelión o una neurosis, o se le hace infeliz.
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E/ malestar en la cultura, Alianza, Madrid 1970, p. 84-85.
Sigmund Freud. La agresividad y la cultura: instinto de vida e instinto
de muerte
El término libido puede seguir aplicándose a las
manifestaciones del Eros para discernirlas de la energía inherente al instinto
de muerte. Cabe confesar que nos resulta mucho más difícil captar este último y
que, en cierta manera únicamente lo conjeturamos como una especie de residuo o
remanente oculto tras el Eros, sustrayéndose a nuestra observación toda vez que
no se manifieste en la amalgama con el mismo. En el sadismo, donde desvía a su
manera y conveniencia el fin erótico, sin dejar de satisfacer por ello el
impulso sexual, logramos el conocimiento más diáfano de su esencia y de su
relación con el Eros. Pero aun donde aparece sin propósitos sexuales, aun en la
mas ciega furia destructiva, no se puede dejar de reconocer que su satisfacción
se acompaña de extraordinario placer narcisista, pues ofrece al yo la
realización de sus más arcaicos deseos de omnipotencia. Atenuado y domeñado,
casi coartado en su fin, el instinto de destrucción dirigido a los objetos debe
procurar al yo la satisfacción de sus necesidades vitales y el dominio sobre la Naturaleza. Dado
que, en efecto, hemos recurrido principalmente a argumentos teóricos para
fundamentar el instinto de muerte, debemos conceder que no está al abrigo de
los reparos de idéntica índole; pero, en todo caso, tal es como lo consideramos
en el estado actual de nuestros conocimientos. La investigación y la
especulación [futuras nos suministran, con seguridad, la decisiva claridad al
respecto.
En todo lo que sigue adoptaré, pues, el punto de vista de
que la tendencia agresiva es una disposición instintiva innata y autónoma del
ser humano; además, retomo ahora mi afirmación de que aquélla constituye el
mayor obstáculo con el que tropieza la cultura. En el curso de esta
investigación se nos impuso alguna vez la intuición de que la cultura sería un
proceso particular que se desarrolla sobre la humanidad, y aún ahora nos
subyuga esta idea. Añadiremos que se trata de un proceso puesto al servicio del
Eros, destinado a condensar en una unidad vasta, en la humanidad, a los
individuos aislados. luego a las familias, las tribus, los pueblos y las
naciones. No sabemos por qué es preciso que sea así: aceptamos que es,
simplemente, la obra del Eros. Estas masas humanas han de ser vinculadas
libidinalmente, pues ni la necesidad por sí sola ni las ventajas de la
comunidad de trabajo bastarían para mantenerlas unidas. Pero el natural
instinto humano de agresión, la hostilidad de uno contra todos y de todos
contra uno, se opone a este designio de la cultura. Dicho instinto de agresión
es el descendiente y principal representante del instinto de muerte, que hemos
hallado junto al Eros y que con él comparte la dominación del mundo. Ahora,
creo, el sentido de la evolución cultural ya no nos resultará impenetrable; por
fuerza debe presentarnos la lucha entre Eros y muerte, instinto de vida e
instinto de destrucción, tal como se lleva a cabo en la especie humana. Esta
lucha es, en suma, el contenido esencial de la misma, y por ello la evolución
cultural puede ser definida brevemente como la lucha de la especie humana por
la vida. ¡Y es este combate de los Titanes el que nuestras nodrizas pretenden
aplacar en su «arrorró del Cielo»
__________________________________________________
El malestar en la cultura, en Obras completas, Biblioteca
Nueva, Madrid 1968, vol. III p.45-46.
domingo, 21 de abril de 2013
Ejercicios. Condicionamiento Operante. (Realizar y entregar martes 23 o miércoles 24 de abril)
Trabajo
escrito entorno a Condicionamiento
Operante de Skinner.
Ejercicio 1.
a) Un jugador de basquetbol
llega tarde a una práctica previa a un partido difícil por lo que recibe el
rezongo del entrenador.
Luego
de este episodio el jugador llega en hora.
¿Explique
porqué el jugador no volvió a llegar tarde? ¿Qué mecanismo se aplica según el
condicionamiento operante?
b) Al mes siguiente el
jugador vuelve a llegar tarde al entrenamiento y el entrenador decide no
dejarlo jugar el partido próximo.
Ante
lo cual el jugador nunca más llegó tarde a un entrenamiento.
Realice
el esquema de la conducta y explique cuál es la diferencia entre la situación
a) y b).
Ejercicio 2
Un
preso entra en su última etapa de rehabilitación. Se le encomienda una serie de
tareas con el fin de que muestre su colaboración y adaptación al trabajo. Al
tiempo le anuncian que le dan permiso para salir un día a visitar a su familia.
En
esa semana previa el recluso demostró eficiencia en las tareas encomendadas y
gran entusiasmo al hacerlo.
¿Qué mecanismo explica la conducta del recluso y por qué
motivo demuestra entusiasmo y suma eficiencia en la semana previa a su salida?
Ejercicio 3
Una
maestra le recuerda todos los días a sus alumnos lo contenta que está dado lo
bien que se portan en clase y traen los deberes pedidos sin excepción alguna.
A
mitad de año los alumnos no cumplen con los deberes en su totalidad y María y
Pedro no dejan de pelearse en clase, además de conversar con sus compañeros.
¿Por
medio de qué principio explica lo ocurrido el condicionamiento operante?
Ejercicio 4
Ana
esta cansada de que sus compañeros de clase se burlen de ella por estar
excedida de peso, por lo que decide hacer dieta. Al tiempo las burlas cesan y
Ana comienza a sentirse aceptada por sus pares.
¿Qué
mecanismos propiciaron y mantienen la conducta de Ana?
Especifiqué
cuáles son los reforzadores y clasifique los mismos en primarios y secundarios.
Ejercicio 5
Andrés
le manda mensajes a su amiga Mariana y cada día se sorprende más dado que Mariana no le responde. Al tiempo
Andrés ya no le manda mensajes a su amiga.
¿Qué
mecanismo explica la conducta de Andres?
Ejercicio 6
Elabora
un ejemplo de Reforzamiento negativo de evitación. Distingue claramente
conducta y reforzador.
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