martes, 24 de septiembre de 2013

Ficha 1 - ARGUMENTACIÓN.

FICHA 1 – ARGUMANTACIÓN.

Introducción

¿Qué es argumentar?, ¿Qué es un argumento?, ¿Cuándo es posible argumentar?, ¿Dónde se puede dar una argumentación?, ¿Por qué es importante argumentar?...

En un primer acercamiento básico y casi trivial podríamos responder a la pregunta ¿que es argumentar? estableciendo que la argumentación es la acción de dar argumentos. Ahora bien ¿qué es un argumento? En un sentido amplio, un argumento es una afirmación basada en motivos o razones. Por lo cual, dar un argumento es fundamentar, justificar por qué sostenemos lo que sostenemos; dar motivos en defensa de nuestras opiniones.
            “Dar un argumento significa ofrecer un conjunto de razones o de pruebas en apoyo de una conclusión. Un argumento no es simplemente la afirmación de ciertas opiniones, ni significa exponer nuestros prejuicios[1] bajo una nueva forma, sino que los argumentos son intentos de apoyar ciertas opiniones con razones. (...) Son una manera de tratar de informarse acerca de qué opiniones son mejores que otras. Algunas conclusiones pueden apoyarse en buenas razones, otras tienen un sustento mucho más débil. Pero a menudo desconocemos cuál es cuál. Tenemos que dar argumentos en favor de diferentes conclusiones y luego valorarlos para considerar cuan fuertes son realmente (...)
Argumentar es importante también por otra razón: permite que defendamos una conclusión sustentados en pruebas. Un buen argumento no es una mera reiteración de las conclusiones; en su lugar ofrece razones, de tal manera que otras personas puedan formarse sus propias opiniones. (...)
No es un error tener opiniones. El error es no tener nada más.[2]

“Una argumentación consiste en una o más razones que se ofrecen para fundamentar una afirmación con el objetivo de convencer a alguien de ella o al menos de justificar su aceptabilidad. Esto significa que una persona que argumenta no expresa simplemente lo que piensa, sino que además lo respalda y busca a través de ello producir una efecto en el interlocutor”. Guinovart, R Cómo hacer cosas con razones.
 
 



Un argumento es un razonamiento mediante el cual se intenta convencer a alguna persona de la verdad o falsedad de una tesis. Una tesis es una proposición, afirmativa o negativa, que alguien sostiene sobre algún tema, cuya veracidad no es evidente, sino que requiere de demostración. Para demostrar la veracidad de una tesis debe situársela en el lugar de la conclusión de un razonamiento, recurriendo a otras proposiciones que oficien de premisas.
            Pero es necesario distinguir, entonces, entre un razonamiento y un argumento, pues un argumento es un razonamiento, pero en un contexto determinado. Además la teoría de la argumentación se preocupa de más cuestiones para determinar la corrección de un argumento que simplemente su validez formal, que utilice un razonamiento correcto. Así que aunque el uso de un razonamiento correcto sea necesario para la argumentación (por lo cual esta teoría está en contacto con la Lógica) no es suficiente.
            ¿Cuándo es posible argumentar? Lo primero que debe haber para que sea necesario ofrecer un argumento es un desacuerdo, diferentes puntos de vista sobre cierto tópico. Si todos estuviéramos de acuerdo, por ejemplo, en que la pena de muerte es injusta no tendríamos que argumentar por qué creemos eso; tal vez tendremos que hacerlo a la hora de decidir por qué es injusta: si unos piensan que es injusta porque uno de los diez mandamientos dice “no matarás” y otros sostienen que es injusta porque no tenemos derecho a decidir sobre la vida de los demás, es aquí donde comienzan las diferencias, y es aquí donde debemos fundamentar lo que decimos. 
Cuando realizamos una afirmación cualquiera debemos tener siempre presente que ella puede ser verdadera o falsa, por lo cual puede ser discutible y cualquier persona puede manifestar su acuerdo o desacuerdo con la misma, su opinión acerca de si ella es verdadera o falsa. Pero cuando no estamos de acuerdo con algo, no basta decir “estoy en desacuerdo”, sino que debemos dar razones, explicar el (o los) por qué(s) de nuestro desacuerdo con respecto a la tesis sostenida por nuestro interlocutor. Esto es, justamente, argumentar: proporcionar razones que explican por qué adherimos o no adherimos a cierta afirmación, o aportar razones que lleven a los demás a adherir o a no adherir a cierta afirmación.
Ahora bien, ¿dónde se argumenta? Argumentar es una de las actividades más frecuentes en una sociedad democrática: se argumenta en la política, por ejemplo, para justificar nuestro apoyo o rechazo a una medida concreta; se argumenta en los negocios, por ejemplo, para explicar por qué un precio nos parece demasiado elevado; se argumenta en el ámbito de las relaciones entre empleados y patrones, por ejemplo, cuando se discute un acuerdo salarial, o cuando se inicia un conflicto. También se argumenta cuando se hace publicidad (o al menos cuando se opta por cierta forma de hacer publicidad).
Sin embargo, esta presencia casi universal de la argumentación (característica de nuestra forma de vida) no se da en todos los tipos de sociedades ni tampoco siempre en la nuestra. En una sociedad donde rija “la ley del más fuerte”, por ejemplo, no hay necesidad de argumentar, todo se reduce a un único “argumento” que consiste en decir “esto se hace así porque yo lo quiero y soy el más fuerte”. Pero también dentro de una sociedad democrática hay ámbitos donde no se argumenta: el ejército, por ejemplo, es una institución donde la obediencia ciega es un valor deseable y no se argumenta (quizás sólo entre pares) sino que se dan y se reciben órdenes, según la relación jerárquica.
No obstante, el hecho de vivir en una sociedad democrática implica que permanentemente vamos a vernos envueltos en alguna situación donde se nos haga necesario argumentar; por lo cual el conocer el estudio, las formas y fallas de los diversos tipos de argumentaciones nos ayuda a no caer en errores a la hora de fundamentar nuestras opiniones y saber reconocerlos en discursos ajenos, cuando se nos intenta convencer de algo mediante una justificación ilegítima.

La Lógica Formal
El estudio de la corrección de los razonamientos
Por su etimología, la palabra “lógica” deriva del vocablo griego logiké, que a su vez deriva de logos, término que se traduce por ‘palabra’, ‘expresión’, ‘pensamiento’, ‘concepto’, ‘discurso’, ‘habla’, ‘verbo’, ‘razón’, ‘inteligencia’, etc. A esta multitud de significaciones se han agregado otras, como por ejemplo ‘ley’, ‘principio’ y ‘norma’. El sentido primario de “logos” referiría a la capacidad humana de seleccionar y reunir palabras para obtener una ley científica, un principio universal y necesario, un discurso que explica por qué algo es como es y no de otro modo. Logike era lo relativo al logos. De ahí que la palabra “lógica” haya sido usada entre los antiguos filósofos griegos para designar a la ciencia que tiene por objeto de estudio “lo racional” o “lo discursivo”.
Actualmente, el término “lógica” designa a la ciencia que se aboca al estudio de la estructura de los razonamientos, con el objetivo de distinguir los razonamientos correctos (aquellos que nos permiten llegar a conclusiones verdaderas) de los incorrectos (aquellos que no nos ofrecen la certeza de que las conclusiones a que llegamos sean verdaderas).
Es común encontrar a la lógica definida como la ‘ciencia de las leyes del pensamiento’. Pero esta definición, aunque proporciona una clave para comprender la naturaleza de la lógica, no es apropiada. En primer lugar, el pensamiento es estudiado por los psicólogos, y la lógica no es una rama de la psicología, sino una ciencia diferente e independiente. En segundo lugar, si ‘pensamiento’ se refiere a cualquier proceso que tiene lugar en la mente de las personas, no todos los pensamientos son objeto de estudio de los lógicos. El objeto de estudio de la lógica son, específicamente, los razonamientos. Todo razonamiento es un pensamiento, pero no todo pensamiento es razonamiento. Uno puede recordar algo, imaginarlo o lamentarse de él, sin hacer razonamiento alguno en torno a ello. La definición de la lógica como ‘ciencia de las leyes del pensamiento’ la presenta, pues, como incluyendo demasiado.
A veces se define a la lógica como la ciencia del razonamiento. Esta definición es más cercana, pero también resulta inapropiada. El razonamiento, en tanto es un tipo de pensamiento, forma parte de los temas que interesan al psicólogo, pero el lógico está interesado exclusivamente en la corrección del proceso de razonamiento.
Cabe hacer una última distinción: la lógica se preocupa principalmente de la validez de los razonamientos y no de se valor de verdad. La verdad de las premisas y conclusiones de un razonamiento (cuando son proposiciones empíricas) se corroboran como verdaderas mediante la contrastación observacional (en sus distintas variaciones), es decir verificando empíricamente si son verdaderas. Lo que la lógica determina, según la estructura de los razonamientos, es la validez es decir la corrección lógica del razonamiento, que asegura que su conclusión se desprende necesariamente de las premisas, lo cual me permite inferir que si las premisas son verdaderas, también lo será la conclusión. Pero la relación verdad-validez es bastante compleja: pueden haber razonamientos válidos con premisas falsas y conclusiones falsas, razonamientos válidos con premisas falsas y conclusiones verdaderas, razonamientos válidos con premisas verdaderas y conclusiones verdaderas, razonamientos inválidos con premisas verdaderas y conclusiones falsas, razonamientos inválidos con premisas verdaderas y conclusiones verdaderas, etc. Lo único que no puede pasar es que un razonamiento válido con premisas verdaderas tenga como conclusión una proposición falsa.

Estructura de los razonamientos

            Un razonamiento es cualquier conjunto de proposiciones de las cuales una se afirma como verdadera sobre la base de las otras. En el ámbito de la lógica se reserva la palabra razonamiento para designar al resultado del proceso mental mediante el cual se busca apoyar la verdad de una proposición asociándola con otras cuya verdad ya es aceptada, en tanto que se emplea el término argumento para denominar al razonamiento del que se hace un uso público (oral o escrito) con el objetivo de convencer a otros acerca de la veracidad de cierta tesis.

Las proposiciones son oraciones informativas de carácter afirmativo.
Premisas y Conclusiones

En todo razonamiento las proposiciones cumplen una de las siguientes funciones: ser la base de la que se parte o el punto al que se arriba. La conclusión de un razonamiento es la proposición que se afirma con base en las otras proposiciones del razonamiento, y estas otras proposiciones, que son afirmadas como apoyo para aceptar la conclusión, son las premisas de ese razonamiento.
El tipo más simple de razonamiento es el de una sola premisa y una conclusión. Un ejemplo de este caso es el siguiente: “Los profesores de enseñanza media exigen demasiado para obtener un título que permita el acceso a la Universidad. Por lo tanto, los profesores de enseñanza media son un mal necesario”.
Aquí se enuncia primero la premisa y luego la conclusión. Pero el orden en que son enunciadas no es importante desde el punto de vista lógico. En el siguiente razonamiento, la conclusión se enuncia en la primera oración y la premisa en la segunda: “Un profesor que pretende relacionarse de igual a igual con sus alumnos es un ser contradictorio. Porque todo profesor debe mandar para desarrollar su actividad”.
En ciertas ocasiones, la premisa precede a la conclusión en un razonamiento en una sola oración: “Todo profesor debe reforzar la capacidad crítica de sus alumnos, por lo que la educación no se agota en la transmisión de conocimientos”.
En otras ocasiones, la conclusión precede a la premisa también en un razonamiento de una sola oración: “Un profesor debe conocer la realidad concreta de sus alumnos, porque un profesor debe respetar los saberes con que sus alumnos llegan al liceo”.
Otros razonamientos ofrecen varias premisas en apoyo a sus conclusiones. En el siguiente ejemplo, la conclusión está al final de tres premisas: “Es tarea de un profesor desafiar a sus alumnos a comprender lo que les comunica. Es un gesto de autoritarismo de parte del profesor el preguntar a sus alumnos si ‘saben con quién están hablando’. Un profesor debe promover la curiosidad de sus alumnos. Por lo tanto, todo profesor se debe a sus alumnos”.
En este otro caso, la conclusión antecede a sus tres premisas: “Para ser un buen profesor, no alcanza con transferir conocimientos. En primer lugar, porque todo buen profesor debe perfeccionar su formación con cierta frecuencia. En segundo lugar, porque un buen profesor no debe menospreciar a ninguno de sus alumnos. En tercer lugar, porque un buen profesor debe estar comprometido con la defensa de las condiciones en las que se desarrolla su trabajo”.
Para contar las premisas de un razonamiento, no podemos apelar simplemente al número de oraciones; puede haber más de una premisa en la misma oración: “Todo profesor debe contribuir a la autonomía de sus alumnos, y la autonomía implica rebelarse frente a las injusticias. Por lo tanto, todo profesor debe contribuir a rebelarse frente a las injusticias”.
Debemos notar que “premisa” y “conclusión” son términos relativos. En primer lugar, porque ninguna proposición, considerada en forma aislada, es una premisa o una conclusión. Una proposición es una premisa solamente cuando aparece como supuesto de un razonamiento. Una proposición es una conclusión solamente cuando pretende fundamentarse en otras proposiciones de un argumento.
En segundo lugar, porque la misma proposición puede ser premisa en un razonamiento y conclusión en otro. Consideremos este ejemplo: “La arrogancia descalifica al profesor frente a sus alumnos. El desinterés de un profesor por su capacitación profesional es síntoma de arrogancia. Por lo tanto, el desinterés por su capacitación profesional descalifica al profesor frente a sus alumnos”. Aquí, la proposición “el desinterés por su capacitación profesional descalifica al profesor frente a sus alumnos” es la conclusión, y las dos proposiciones anteriores son sus premisas. Pero la conclusión de este razonamiento es una premisa en el siguiente razonamiento: “La descalificación de un profesor frente a sus alumnos imposibilita un trato respetuoso entre ellos. El desinterés por su capacitación profesional descalifica al profesor frente a sus alumnos. Por lo tanto, el desinterés de un profesor por su capacitación profesional imposibilita el trato respetuoso de sus alumnos”.
Los razonamientos precedentes o bien tienen sus premisas seguidas de su conclusión, o a la inversa. Pero la conclusión de un razonamiento no necesita enunciarse como su parte final o al principio del mismo, puede suceder que se halle en medio de diferentes premisas que se ofrecen en su apoyo: “El autoritarismo implica creerse en posesión de la verdad absoluta; por ello sancionar a un alumno es una práctica autoritaria, ya que para sancionar es preciso creerse en posesión de la verdad absoluta”. Aquí, la conclusión de que “sancionar a un alumno es una práctica autoritaria”, se afirma sobre la base de la proposición que la precede y de la que la sigue.
Ya que un razonamiento puede enunciarse poniendo su conclusión al principio, en medio o al final de las premisas (e incluso puede no aparecer), su conclusión no puede identificarse por la posición del mismo. Entonces ¿cómo puede uno decir cuál es la conclusión y cuáles son las premisas dado un razonamiento? A veces, por la presencia de palabras indicadoras. La conclusión suele estar precedida por expresiones tales como:
lo cual prueba que
se concluye que
por esta razón
de ahí que
lo cual muestra que
como resultado
podemos decir que
así
en consecuencia
por esta razón
lo que implica que
luego
consecuentemente
se deduce que
se sigue que
por lo tanto

Del mismo modo, la presencia de ciertas palabras o frases señala frecuentemente, pero no siempre, que lo que sigue es la premisa de un razonamiento:
puesto que
porque
como muestra
como es indicado por
se puede inferir de
dado que
pues
la razón es que
por las siguientes razones
se puede deducir de
a causa de
se sigue de
en vista de que
se puede derivar de
esto es porque

Consideremos el siguiente razonamiento: “Puesto que todo privilegio social es un robo, y en vista de que la propiedad privada es un privilegio social, se deduce que la propiedad privada es un robo”. Hallamos que el mismo está compuesto de dos premisas (‘Todo privilegio social es un robo’, y ‘La propiedad privada es un privilegio social’) y una conclusión (‘La propiedad privada es un robo’). A los efectos de su clarificación, y siguiendo el criterio tradicional de utilizar una barra horizontal u oblicua para simbolizar la expresión que precede a la conclusión, este razonamiento puede representarse de las siguientes maneras:

Todo privilegio social es un robo.
La propiedad privada es un privilegio social.
La propiedad privada es un robo.

Todo privilegio social es un robo. La propiedad privada es un privilegio social. / La propiedad privada es un robo.
El objetivo de la argumentación

            ¿Por qué argumentar?, persuadir y convencer, pensar por si mismo

En diversos ámbitos de nuestra sociedad predomina la tradición retórica y dialéctica iniciada por los sofistas: persuadir a otra persona para que admita la veracidad de la tesis que yo defiendo, sin que me importe que esa tesis sea o no verdadera y que sus efectos para los demás sean o no buenos. Lo único que importa es el éxito, para lo cual basta con apoyarse en proposiciones que el otro acepte. Consideremos algunos ejemplos:
-          Un abogado puede sostener la tesis de la inocencia de una persona que realmente cometió un delito, ya sea porque le pagaron por ello o porque está en juego su prestigio profesional.
-          Un político puede sostener la tesis de que si es electo presidente mejorará la situación del país, cuando en realidad lo único que ve en su elección es la posibilidad de obtener mucho dinero.
-          Un estudiante puede sostener una tesis que no comparte para ser bien calificado por su profesor.

            Distingue Roberto Marafioti, en su libro “Los patrones de la Argumentación”, entre los conceptos de persuadir y convencer, al explicar la importancia de la argumentación:
            “La dimensión social del hombre se manifiesta de diferentes modos. Uno de los más elocuentes parte de la comunicación. Existen mecanismos comunicativos que se emplean cotidianamente de manera casi inconsciente y hay instituciones que organizan y regulan las posibilidades de intercambio comunicativo entre los sujetos. Cuando alguien se comunica con otro se ponen en funcionamiento distintas modalidades de organización discursiva: se narra, se explica, se describe, se argumenta. (...)
            Las formas de estructurar la argumentación que se dan en las diversas comunidades a lo largo de su historia son un aspecto importante porque organizan las relaciones generales de una sociedad. De ahí la importancia de reconocer las formas de articulación, las manifestaciones y, sobre todo, las huellas que durante más de veinticinco siglos se ha ido organizando y perduran en la actualidad alrededor de este fenómeno.
            Siempre que se toma contacto con otra persona o con una institución se da una situación en la que se argumenta de algún modo para provocar una conducta sobre el o los otros, para hacer que ese otro crea o deje de creer tal o cual cosa. Es más, se puede asegurar, por ejemplo, que tanto los sistemas educativos actuales como los medios de difusión están organizados sobre la base de regular de manera firme y sólida esta situación.
            A lo largo de la historia existieron diversas instituciones en las que se plasmó esta intención de lograr la cohesión y la coerción sociales. Las religiones, la escuela, el foro judicial, los poderes legislativos, los medios masivos, corresponden a distintas etapas en las que siempre se manifestó la voluntad de regular la imposición de puntos de vista sobre conglomerados cada vez más vastos y complicados, y estos fenómenos que se pueden rastrear en el pasado adquirieron en la actualidad una fuerza y una frecuencia incuestionables.
            Tratar la argumentación lleva a razonar temas de importancia y complejidad indudables. Supone considerar la noción de público, de auditorio, de opinión pública. El listado y los problemas se podrían amplias así, cuando se habla acerca de libertad y manipulación, de verdad y falsedad, de democracia y dictadura, de conflicto y consenso, de legitimidad e ilegitimidad, se suponen actividades que incluyen el uso del discurso y la intención de operar sobre las conciencias y las voluntades de los otros. (...)
            Persuadir y convencer. Desde los tiempos más remotos se mantuvo esta división entre dos mecanismos que se desencadenan a partir del ejercicio del lenguaje.
            En el mundo de los griegos Peithó, la persuasión, era una divinidad que “jamás sufrió rechazo”, según afirma Esquilo. Estaba asociada a Afrodita, la diosa “de los pensamientos sutiles”, y disponía de “sortilegios de palabras de miel”. En el Panteón griego Peithó corresponde al poder de la palabra sobre los otros. Su templo es la Palabra. (...)
            La ambigüedad de estos conceptos y más concretamente el de persuasión (y disuasión) ha pervivido (...) Sin embargo, bajo ciertas consideraciones se puede formular una diferencia nítida entre persuadir y convencer. (...) La gramática misma ofrece sus servicios para diferenciar ambos conceptos. Así, una persuasión se padece (como algo impuesto) mientras que una convicción se tiene (como algo obtenido). El carácter pasivo del paciente de la persuasión contrasta con el carácter activo del paciente de la convicción. (...)
            Otra realización de este contraste gramatical entre ‘persuadir’ y ‘convencer’ se advierte en la naturalidad con que surge una afirmación del tipo “A fue persuadido en un primer momento, pero luego cambió de opinión”, en contraste con la secuencia menos usual “A se convenció primero, pero luego cambió de opinión”. La opinión resulta difícilmente negociable, luego de que se ha producido una convicción.
            Puede afirmarse también que la convicción implica un proceso activo, racional y reflexivo, por parte del participante paciente, mientras que la persuasión implica un proceso pasivo, irracional e irreflexivo, por parte del participante paciente. La propuesta persuasiva apela a una gama de mecanismos psicológicos sin mediación de la razón. Las persuasiones tienen que ver con las emociones. La propuesta de convicción, en cambio, apela a la razón, hace un llamado a la revisión crítica, explícita, tanto del argumento o lo argumentos a favor, como de los argumentos en contra de la propuesta o tesis.”[3]
            En diversos ámbitos de la sociedad como los mencionados anteriormente (juzgados, política, publicidad) se intenta, en términos de Marafioti, persuadir más que convencer. En filosofía, en cambio, se sigue la tradición iniciada por Platón y Aristóteles: nuestra intencionalidad al enfrentarnos a un problema ha de ser la de buscar la verdad del caso, aunque tal verdad nos perjudique directamente. Michel Tozzi agrega a las razones de por qué es importante argumentar presentadas por Marafioti y Weston otra: pensar por sí mismo.
            ¿Cuáles son mis opiniones? ¿De dónde vienen?
            Pensar por sí mismo, es examinar el fundamento de sus ideas. Es tomar distancia crítica en relación a las opiniones arraigadas en su personalidad. Puede ser entonces útil constituir ‘el estado de los lugares’ de sus pensamientos, para hacer de ello el material de una reflexión, de un retorno sobre sí, a fin de saber verdaderamente ‘de que habla y si lo que se dice es verdadero’.
            Nosotros tenemos opiniones sobre muchas cuestiones. Por ejemplo, desde el punto de vista religioso, somos tanto creyentes como ateos; desde el punto de vista político, nos inclinamos tanto a la derecha o la izquierda. A menos que nosotros rechacemos esas alternativas como los agnósticos, etc. (...)
            ¿Sobre qué tenemos opiniones?
            Tenemos también ciertamente un punto de vista sobre:
–         la pena de muerte, el aborto, la eutanasia:
–         el matrimonio civil y religioso, el concubinato, el divorcio
–         la igualdad de las mujeres, la educación de los niños, la escuela pública y privada
–         la inmigración, el desempleo, la inseguridad;
–         lo que nosotros consideramos o no como arte, los altibajos de la ciencia, de Europa, de la guerra, etc.
            De esas ideas, nosotros no tenemos forzosa y constantemente conciencia. Es cuando se nos plante lo que pensamos sobre tal problema (la validez de la astrología, la prohibición de fumar en lugares públicos, etc.) que debemos tomar posición, de manera que a veces nos adherimos a la seguridad de alguien que ha reflexionado sobre el tema (lo cual no siempre es garantía), o bien porque debemos cumplir un acto que demanda una decisión (ej. poner una boleta en una urna). Entre esas opiniones, hay un cierto número entre ellas que firmemente ‘no nos harían cambiar de parecer’, por ejemplo tal posición religiosa o política, tenemos un sentimiento de un compromiso importante y preciso sobre ese asunto, y al menos sobre ese punto la convicción de estar en la verdad. Esas opiniones son a veces el fruto de la reflexión y de un largo recorrido personal. Ellas están tan bien incrustadas en nosotros que las tenemos verdaderamente maduras. Ellas no son sino, a menudo en esos casos, más que prejuicios no fundados. Son sobre ellas por sobre todo que sería necesario examinar, porque ellas coinciden con lo que nosotros somos y repudian toda puesta en duda.
            ¿Qué relación hay entre lenguaje y pensamiento?
            Para hacer el punto sobre esas ideas, es necesario un mínimo de método, es decir, de orden por el cual se proceda rigurosamente. Es el lenguaje que permite expresar un pensamiento. Una idea no formulada permanece como una nebulosa. Se sabe, entonces, verdaderamente lo que se quiere decir cuando se lo ha dicho efectivamente, porque las palabras son herramientas que ayudan a tallar el pensamiento.
            ¿De dónde provienen mis opiniones?
            Mis opiniones no han nacido en mi pensamiento por generación espontánea. Puedo tenerlas personalmente aseguradas por la experiencia y la reflexión. Pero no siempre es este caso en mi juventud, pues tengo poca experiencia y soy muy influenciable. Es el caso también cada vez que yo adhiero a una idea sin examen, simplemente porque ella está de moda, vehiculizada por los medios o compartida por mi entorno: la he atrapado, por así decirlo, como un virus mental. (...) Estamos impregnados de nuestra juventud (donde no tenemos espíritu crítico), de las ideas de nuestra civilización occidental, de nuestra cultura judeo-cristiana, de nuestra época del siglo XX, de las tradiciones de la nación francesa y de nuestra región, de nuestro medio familiar, de nuestra clase social. (...) Estamos muy sujetos por nuestros parientes, de nuestros profesores, de nuestros camaradas (...) y de los periodistas. ¿Algo es verdadero solamente porque se nos ha dicho y lo entendemos y lo repetimos así? ¿nos lo apropiamos de una autoridad y de una tradición ajena? ¿O es necesario ser más exigentes sobre el fundamento racional de una verdad?
            Si queremos analizar lúcidamente nuestras ideas, es necesario comprender como se han formado, su origen, su genealogía. Más allá de las consideraciones generales, un examen personalizado de los argumentos de nuestras creencias (una búsqueda de argumentos que justifique nuestras creencias) se impone como necesario para cada uno(...)
            Nada es de hecho tan simple. (...). Las ideas de un individuo no se explican solamente por sus orígenes y notablemente por una historia y un contexto social: cada uno tiene su itinerario particular, sobrepasando los esquemas generales; cada historia personal está marcada desde el inicio de una libertad, irreductible a cualquier factor simplista ignorando la complejidad.
            Pero precisamente, por lo que es de nuestras opiniones pre-reflexivas, los determinismo psicosociales juegan un papel importante porque el pensamiento no se ha desarrollado, no se ha decantado suficientemente de las influencias para construir sus propios andamios y preparar su perfil único. Es por eso que es necesario analizar de dónde vienen, para comprender lo que se es, si se quiere llegar a ser.”[4]


Bibliografía
·Bersanelli, V. Lógica. La Casa del Estudiante, Montevideo, 1965
·Copi, I. y Cohen, C. Introducción a la lógica. Ed. Limusa, México, 1997
  • Ferrater Mora, J. Diccionario de Filosofía. Ed. Ariel, Barcelona, 2001
·Mondolfo, R. Sócrates Ed. U.B.A., Bs.As., 1959
·Pallas, C. La argumentación: selección de textos. Ficha CIP – CEIPA, Montevideo, 2004.
·Plantin, C. La argumentación s./d.e.
  • Tozzi, M. Pensar por sí mismo. Ediciones de la Crónica social, 1999
  • Weston, A. Las claves de la argumentación Ed. Ariel, España, 1998.
Guinovart, R. Cómo hacer cosas con razones. Ed. Paideia, Montevideo, 2008.



[1]     Un prejuicio, desde un punto de vista filosófico, se considera una opinión adoptada sin ser analizada como un prejuicio, cuando se la supone verdadera antes de haber sido juzgada, es decir, evaluada críticamente. Cuando hubo precipitación en el pensamiento, sin que esa opinión haya sido rodeada de garantías, de condiciones de validez en cuanto a lo que esa opinión afirma.
[2]     Weston, Anthony, Las claves de la argumentación.
[3]     Marafioti, Roberto, Los patrones de la Argumentación. La argumentación en los clásicos y en el siglo XX
[4]     Tozzi, Michel, Pensar por sí mismo