Unidad 1- Ficha 2: Freud
¿Cómo
nos convertimos en lo que somos? ¿Cómo conocemos? ¿Por qué actuamos de
determinada manera ante diversas situaciones? ¿En qué medida nuestra conducta
responde a requerimientos y enseñanzas sociales? ¿Quién produce conocimiento?
¿Somos sujetos sujetados?
“Una ojeada a la historia de la Humanidad nos
muestra una interminable serie de conflictos entre una comunidad y otra(s),
entre conglomerados mayores o menores, entre ciudades, comarcas, unidades,
territorios cívicos, regiones, pueblos,tribus, Estados; conflictos que casi
invariablemente fueron decididos mediante la prueba de fuego de la guerra,
guerra que se resolvió o en la expoliación o en la total sumisión y conquista
de una de las partes.” (Freud, op. Cit., pág. 3210).
Hipótesis de Einstein “En los hombres actúa un
impulso hacia el odio y la destrucción”.
Nosotros aceptamos que los instintos de los hombres
no pertenecen más que a dos categorías: o bien son aquellos que tienden a
conservar y a unir – los denominados “eróticos” completamente en el sentido de
Eros del Symposion platónico o “sexuales” ampliando deliberadamente el concepto
popular de la sexualidad-, o bien son los instintos que tienden a unir y a
matar, los comprendemos en los términos “instinto de agresión” o “de
destrucción”. Como Ud. advierte, no se trata más que de una transfiguración
teórica de la antítesis entre el amor y el odio, universalmente conocida y
quizá relacionada primordialmente con aquella otra, en atracción y repulsión,
que desempeña un papel tan importante en el terreno de su ciencia. Llegados
aquí, no nos apresuremos a introducir los conceptos estimativos de “bueno” y
“malo”. Uno cualquiera de estos instintos es tan imprescindible como el otro, y
de su acción conjunta y antagónica surgen las manifestaciones de la vida. Ahora
bien, parece que casi nunca puede actuar aisladamente un instinto perteneciente
a una de estas especies, pues siempre aparece ligado- decimos nosotros
“fusionado”- con cierto componente originario del otro, que modifica su fin y
que en ciertas circunstancias es el requisito ineludible para que este fin
pueda ser alcanzado. Así, por ejemplo, el instinto de conservación sin duda es
de índole erótica, pero justamente él precisa disponer de la agresión para
efectuar su propósito. Analógicamente, el instinto del amor objetal necesita un
complemento del instinto de agresión para lograr apoderarse de su objeto. La
dificultad para aislar en sus manifestaciones ambas clases de instintos es lo
que durante tanto tiempo nos impidió reconocer su existencia.” (Freud. op.cit.,
pp 3211 y 3211)
El
malestar en la cultura.
“La verdad oculta tras de todo esto, que negaríamos
de buen grado, es la de que el hombre no es una criatura tierna y necesitada de
amor, que sólo osaría defenderse si se la atacara, sino por el contrario, un
ser entre cuyas disposiciones instintivas también debe incluirse una buena
porción de agresividad. Por consiguiente, el prójimo no le representa
únicamente un posible colaborador objeto
sexual, sino también un motivo de tentación para satisfacer en él su
agresividad, para explotar su capacidad de trabajo sin retribuirla, para
aprovecharlo sexualmente sin su consentimiento, para apoderarse de sus bienes,
para humillarlo, para ocasionarle sufrimientos, martirizarlo y matarlo.
(...) Debido a esta primordial hostilidad entre los
hombres, la sociedad civilizada se ve constantemente al borde de la
desintegración. El interés que ofrece la comunidad de trabajo no bastaría para
mantener su cohesión, pues las pasiones instintivas son más poderosas que los
intereses racionales. La cultura se ve obligada a realizar múltiples esfuerzos
para poner barreras a las tendencias agresivas del hombre, para dominar sus
manifestaciones mediante formaciones reactivas psíquicas. De ahí, pues, ese
despliegue de métodos destinados a que los hombres se identifiquen y entablen
vínculos amorosos coartados en su fin; de ahí las restricciones de la vida
sexual, y de ahí el precepto ideal de amar al prójimo como a si mismo, precepto
que efectivamente se justifica porque ningún otro es, como él, tan contrario y
antagónico a la primitiva naturaleza humana.” (Freud. El malestar en la cultura, citado en Zajdman, op.cit.,pp.79 y 80)
“¿A qué recursos apela la cultura para coartar la
agresión que le es antagónica, para hacerla inofensiva y quizá para eliminarla?
(…) La agrasión es introyectada, internalizada, devuelta en realidad al lugar
dónde procede: es dirigida contra el propio Yo, incorporándose a una parte de
éste, que en calidad de Superyó, se opone a la parte restante, y asumiendo la
función de conciencia (moral), despliega frente al Yo, la misma dura
agresividad que el Yo, de buen grado, habría satisfecho en individuos extraños.
La tensión creada entre en severo Superyó y el Yo subordinada al mismo, lo calificamos
de sentimiento de culpabilidad; se manifiesta bajo la forma de necesidad de
castigo. Por consiguiente, la cultura domina la peligrosa inclinación agresiva
del individuo debilitando a éste, desarmándolo y haciéndolo vigilar por una
instancia alojada en su interior como una guarnición militar en una ciudad
conquistada.” (Freud. El malestar en la
cultura, en Zajdman, R. op cit., pág 85
Justificación
del concepto de lo inconsciente.
“Desde muy diversos sectores se nos ha discutido el
derecho a aceptar la existencia de un psiquismo inconsciente y a laborar
científicamente con esta hipótesis. Contra esta opinión podemos argüir que la
hipótesis de la existencia de lo inconsciente es necesaria y legítima, y,
además, que poseemos múltiples pruebas de su exactitud. Es necesaria, porque
los datos de la conciencia son altamente incompletos. Tanto en los sanos como
en los enfermos surgen con frecuencia actos psíquicos cuya explicación
presupone otros de los que la conciencia no nos ofrece testimonio alguno. Actos
de este género son no sólo los actos fallidos y los sueños de los individuos
sanos, sino también todos aquellos que calificamos de un síntoma psíquico o de
una obsesión en los enfermos. Nuestra cotidiana experiencia personal nos
muestra ocurrencias cuyo origen desconocemos y conclusiones intelectuales cuya
elaboración ignoramos. Todos estos actos conscientes resultarán faltos de
sentido y coherencia si mantenemos la teoría de que la totalidad de nuestros
actos psíquicos ha de sernos dada a conocer por nuestra conciencia y, en
cambio, quedarán ordenados dentro de un conjunto coherente e inteligible si
interpolamos entre ellos los actos inconscientes que hemos inferido. Esta
ganancia de sentido constituye, de por sí, motivo justificado para traspasar los
límites de la experiencia directa. Y si luego comprobamos que tomando como base
la existencia de un psiquismo inconsciente podemos estructurar un procedimiento
eficacísimo, por medio del cual influir adecuadamente sobre el curso de los
procesos conscientes, este éxito nos dará una prueba irrebatible de la
exactitud de nuestra hipótesis. Habremos de situarnos entonces en el punto de
vista de que no es sino una pretensión insostenible el exigir que todo lo que
sucede en lo psíquico haya de ser conocido por la conciencia. [...]
El nódulo del sistema Inc. está constituido por
representaciones de instintos que aspiran a derivar su carga, o sea por
impulsos de deseos. Estos impulsos instintivos se hallan coordinados entre si y
coexisten sin influir unos sobre otros ni tampoco contradecirse. Cuando dos
impulsos de deseos cuyos fines nos parecen inconciliables son activados al
mismo tiempo, no se anulan recíprocamente sino que se unen para formar un fin
intermedio, o sea una transacción.
En este sistema no hay negación ni duda alguna, ni
tampoco grado ninguno de seguridad. Todo esto es aportado luego por la labor de
la censura que actúa entre los sistemas Inc. y Prec. La negación es una
sustitución a un nivel más elevado de la represión.
Reina en él una mayor movilidad de las intensidades
de carga. Por medio del proceso del desplazamiento puede una idea transmitir a
otra todo el montante de su carga, y por el de la condensación acoger en sí
toda la carga de varias otras ideas. A mi juicio, deben considerarse estos dos
procesos como caracteres del llamado proceso psíquico primario. En el sistema
Prec. domina el proceso secundario. Cuanto tal proceso primario recae sobre
elementos del sistema Pres., lo juzgamos «cómico» y despierta la risa.
Los procesos del sistema Inc. se hallan fuera del
tiempo esto es, no aparecen ordenados cronológicamente, no sufren modificación
ninguna por el transcurso del tiempo y carecen de toda relación con él. También
la relación temporal se halla ligada a la labor del sistema Cc.
Los procesos del sistema Inc. carecen también de
toda relación con la realidad Se hallan sometidos al principio del placer y su
destino depende exclusivamente de su fuerza y de la medida en que satisfacen
las aspiraciones comenzadas por el placer y el displacer.” (Metapsicología: lo
inconsciente, en Obras completas, Biblioteca Nueva, Madrid 1968, Vol. I,
p.1052-1061.)