LA MÁQUINA NEWTONIANA
DEL MUNDO
Las teorías
esenciales de la visión del mundo y el sistema de valores que están en la base
de nuestra cultura y que hoy tenemos que reexaminar atentamente se formularon
en los siglos XVI y XVII. Entre 1500 y 1700 se produjo un cambio radical en la
mentalidad de las personas y en la idea que éstas tenían acerca de las cosas.
La nueva mentalidad y la nueva percepción del mundo dieron a nuestra civilización
occidental los rasgos que caracterizan la era moderna y se convirtieron en las
bases del paradigma que ha dominado nuestra cultura durante los últimos
trescientos años y que ahora está a punto de cambiar.
Antes del
1500, en Europa —y en la mayoría de las demás civilizaciones— predominaba una
visión orgánica del mundo. Las personas vivían en pequeñas comunidades
solidarias y sentían la naturaleza en términos de relaciones orgánicas cuyos
rasgos característicos eran la interdependencia de los fenómenos materiales y
espirituales y la subordinación de las necesidades individuales a las comunitarias.
La estructura científica de esta visión orgánica del mundo se basaba en dos
fuentes históricas de importancia reconocida: Aristóteles y la Biblia. En el
siglo XIII santo Tomás de Aquino conjugó la doctrina aristotélica de la
naturaleza con la ética y la teología del Cristianismo, estableciendo una
estructura conceptual que no fue cuestionada nunca durante la Edad Media. La
naturaleza de la ciencia medieval era muy diferente a la de la ciencia
contemporánea. La primera se basaba al mismo tiempo en la razón y en la fe y
su meta principal era comprender el significado y la importancia de las cosas, no
predecirlas o controlarlas. En la Edad Media, los científicos que investigaban
el objetivo primario de los distintos fenómenos naturales daban la máxima
importancia a todo lo relacionado con Dios, con el alma humana y con la ética.
En los siglos XVI
y XVII los conceptos medievales sufrieron un cambio radical. La visión del
universo como algo orgánico, vivo y espiritual fue reemplazada por la
concepción de un mundo similar a una máquina; la máquina del mundo se volvió la
metáfora dominante de la era moderna. Esta evolución fue el resultado de varios
cambios revolucionarios en el campo de la física y de la astronomía que culminaron
en las teorías de Copérnico, Galileo y Newton. La ciencia del siglo XVII se
basaba en un nuevo método de investigación, defendido enérgicamente por
Francis Bacon, que incluía dos teorías: la descripción matemática de la
naturaleza y el método analítico de razonamiento concebido por el genio
cartesiano. Los historiadores dieron a este periodo el nombre de la era de la
Revolución Científica en reconocimiento al importante papel desempeñado por la
ciencia en la realización de estos cambios trascendentales.
La Revolución
Científica comienza con Nicolas Copérnico. Sus teorías invalidaron la visión
geocéntrica expuesta por Tolomeo y descrita en la Biblia; dicha visión había
sido el dogma aceptado durante más de mil años. A partir de este momento, el
mundo ya no fue considerado el centro del universo sino un planeta más que gira
en torno a una estrella menor situada al borde de la galaxia; como consecuencia
de ello; el hombre fue despojado de la orgullosa convicción de creerse la
figura central de la creación divina. Copérnico era plenamente consciente de
que la publicación de sus ideas ofendería de forma profunda la conciencia
religiosa de su época y por ello no quiso exponerlas hasta 1543, año de su
muerte, e incluso entonces presentó su visión heliocéntrica como una mera
hipótesis pragmática.
La herencia de
Copérnico fue recogida por Johannes Kepler. Este científico y místico trató de
encontrar la armonía de las esferas mediante un estudio minucioso de las
tablas astronómicas y logró formular sus famosas leyes empíricas sobre el movimiento
planetario, que confirmaron ulteriormente el sistema ideado por Copérnico. Pero
el verdadero cambio en la esfera científica no se produjo hasta que Galileo
Galilei, ya famoso por su descubrimiento de las leyes que rigen la caída de los
cuerpos, no comenzó a interesarse por la astronomía. Apuntando en dirección al
cielo el recién inventado telescopio y aplicando su extraordinario don de
observación a los fenómenos celestes, Galileo logró poner en duda la antigua
cosmología y afirmar la validez científica de la hipótesis concebida por Copérnico.
La parte
desempeñada por Galileo en la Revolución Científica va más allá de sus éxitos
en el campo de la astronomía, si bien éstos fueron los más célebres a causa del
enfrentamiento que tuvo con la Iglesia. Galileo fue el primero en utilizar la
experimentación científica junto con un lenguaje matemático para formular las
leyes naturales que descubrió y por ello se lo considera el padre de la
ciencia moderna. «La filosofía —afirmaba— está escrita en el gran libro que se
abre ante nosotros, pero para entenderlo tenemos que aprender el lenguaje y
descifrar los caracteres con los que está escrito. El lenguaje es la matemática
y los caracteres son los triángulos, los círculos y las demás figuras
geométricas»1. Estas dos facetas de la obra de Galileo —el enfoque
empírico y la descripción matemática de la naturaleza— supusieron un gran
adelanto para su época y se convirtieron en las características dominantes de
la ciencia del siglo XVII.
Hasta el día
de hoy se las utiliza como criterio para cualquier teoría científica.
Según Galileo,
para que fuese posible describir la naturaleza matemáticamente, los
científicos tenían que limitarse al estudio de las propiedades esenciales de
los cuerpos materiales —formas, números y movimiento— que pudiesen ser medidas
o contadas. Las restantes propiedades —el color, el sonido, el sabor o el olor—
eran consideradas simplemente una proyección mental subjetiva que debía ser
excluida del dominio de la ciencia2. La estrategia de Galileo
—dirigir el interés del científico a las propiedades cuantificables de la materia—
ha tenido gran éxito en la ciencia moderna pero, por otro lado, también le ha
infligido graves pérdidas, como nos recuerda el psiquiatra R.D. Laing:
«Desaparece la vista, el oído, el sabor, el tacto y el olfato y junto con ellos
se van también la estética y el sentido ético, los valores, la calidad y la
forma, esto es, todos los sentimientos, los motivos, el alma, la conciencia y
el espíritu. Las experiencias de esta índole han sido desterradas del reino
del discurso científico»3. Según Laing, la obsesión de los
científicos por las medidas y cantidades ha sido el factor determinante de los
cambios ocurridos durante los últimos cuatrocientos años.
Mientras, en
Italia Galileo ideaba sus ingeniosos experimentos, en Inglaterra Francis Bacon
exponía sus teorías sobre el método empírico. Bacon fue el primero en formular
una teoría clara del procedimiento inductivo que consiste en extraer una
conclusión de carácter general a partir de un experimento y luego confirmarla
con otros experimentos. Bacon defendió sus planteamientos enérgicamente y
llegó a tener una gran influencia en el pensamiento de su época; se enfrentó
con audacia a las escuelas filosóficas tradicionales y desarrolló una verdadera
pasión por la experimentación científica.
El «espíritu
baconiano» modificó profundamente los objetivos y la naturaleza de la
investigación científica. Desde la antigüedad, la ciencia había tenido como
meta el conocimiento, la comprensión del orden natural y la vida en armonía con
este orden. El hombre buscaba el conocimiento científico «para gloria de Dios»
o, en la civilización china, «para seguir el orden natural» y «confluir en la
corriente del Tao»4. Todos estos objetivos eran yin, o
integradores; hoy diríamos que los científicos de aquella época tenían una
postura básica ecológica. Pero en el siglo XVII esta actitud se transformó en
su polo opuesto, pasando del yin al yang, de la integración a la autoafirmación.
Con Bacon la ciencia comenzó a tener como fin un tipo de conocimiento que
permitiera dominar y controlar la naturaleza conocimientos que hoy se emplean
junto con la tecnología para lograr objetivos que son profundamente
antiecológicos.
Los términos
que Bacon utilizaba para defender su nuevo método empírico no sólo eran
apasionados sino que, a menudo, se podían tachar de atroces. En su opinión, la
naturaleza tenía que ser «acosada en sus vagabundeos», «sometida y obligada a
servir», «esclavizada»; había que «reprimirla con la fuerza» y la meta de un
científico era «torturarla hasta arrancarle sus secretos»5. Es
probable que muchas de estas imágenes le fueran inspiradas por los procesos de
brujería que se celebraban con frecuencia en su época. Como fiscal del Tribunal
Supremo durante el reinado de Jaime I, Bacon estaba muy familiarizado con estos
juicios y, por consiguiente, no es raro que utilizara las metáforas escuchadas
en la sala de tribunales para sus escritos científicos. De hecho, la
comparación de la naturaleza con una hembra a la que se había de torturar con
artilugios mecánicos para arrancarle sus secretos sugiere claramente que la
tortura a mujeres era una práctica muy difundida en los procesos por brujería
a comienzos del siglo XVI6. Por consiguiente, la obra de Bacon es un
ejemplo significativo de la influencia que la mentalidad patriarcal tuvo en el
desarrollo del pensamiento científico.
El antiguo
concepto de la tierra/madre se transformó radicalmente en la obra de Bacon y
desapareció por completo cuando la Revolución Científica reemplazó la visión
orgánica del mundo con la metáfora del mundo/máquina. Este cambio, que
llegaría a tener una importancia abrumadora en la evolución ulterior de la
civilización occidental, fue iniciado y completado por dos grandes figuras del
siglo XVII: René Descartes e Isaac Newton.
A Descartes se
lo suele considerar el fundador de la filosofía moderna. Brillante matemático,
sus ideas filosóficas fueron afectadas por la nueva física y la astronomía.
Descartes rechazó los conceptos tradicionales y se propuso crear un sistema de
pensamiento totalmente nuevo. Según Bertrand Russell: «Esto no había ocurrido
desde Aristóteles y es una señal de la seguridad que el hombre de nuestro
tiempo tiene en sí mismo; esta confianza es un resultado del progreso
científico. La novedad de los conceptos que (Descartes) plantea en su obra no
se halla en ningún otro filósofo eminente del pasado, salvo en Platón»7.
A la edad de
veintitrés años Descartes tuvo la visión reveladora que iba a determinar toda
su vida8. Después de meditar durante varias horas y examinar
sistemáticamente toda la sabiduría que había acumulado, le sobrevino una ráfaga
de inspiración y comprendió «las bases de una maravillosa ciencia» en la que se
fusionarían todos los conocimientos. En una carta que escribe a un amigo para
explicarle su ambiciosa meta, Descartes parece haber tenido un presagio de esta
intuición: «Y para no ocultarte nada sobre la naturaleza de mi obra, te diré
que me gustaría dar al público... una ciencia completamente nueva que
resolviese en términos generales todos los problemas de cantidad, sean éstos
continuos o discontinuos»9. En su visión, Descartes concibió la
manera de llevar a cabo su plan. Vio un método que le permitiría construir toda
una ciencia de la naturaleza de la que podía estar totalmente seguro; una
ciencia que, como la matemática se apoyaría en ciertos principios básicos
evidentes. Descartes quedó pasmado ante esta revelación. Sintió que acababa de
hacer el descubrimiento más importante de su vida y no le cupo la menor duda de
que la visión fuese una suerte de inspiración divina. A la noche siguiente tuvo
un sueño extraordinario durante el cual la visión se le presentó en forma
simbólica y esto contribuyó a reforzar la convicción de su origen divino.
Entonces Descartes se persuadió de que Dios le había encomendado una misión y
se propuso establecer una nueva filosofía científica.
En virtud de
esta visión, Descartes quedó firmemente convencido de la certeza de los
conocimientos científicos y se decía a sí mismo, que su vocación era distinguir
la verdad del error en todos los campos del estudio. «Toda la ciencia —escribió—
es sabiduría cierta evidente. Rechazamos todos los conocimientos que sólo son
probables y establecemos que no debe darse asentimiento sino a los que son
perfectamente conocidos y de los que no cabe dudar»10.
La fe en la
certeza absoluta de la ciencia está en el origen mismo de la filosofía
cartesiana y de la visión del mundo que deriva de ella, sin embargo fue aquí,
desde el principio, donde Descartes se equivocó. En el siglo XX la física nos
ha demostrado con la fuerza de sus argumentos, que no existe una certeza
científica absoluta y que todos nuestros conceptos y nuestras teorías son
limitados y aproximativos.
La filosofía
cartesiana de la certeza científica absoluta es aún muy popular y se refleja en
el cientifismo que caracteriza a nuestra civilización occidental. Muchos de
nuestros contemporáneos, científicos y no científicos, están convencidos de que
éste es el único método válido para entender el universo. El método del
pensamiento cartesiano y su visión de la naturaleza han influido en todas las
ramas de la ciencia moderna y pueden seguir utilizándose siempre y cuando se
admitan sus limitaciones. Aceptar la visión de Descartes como la verdad
absoluta y su método como una manera válida de lograr el conocimiento ha sido
una de las principales causas de nuestro desequilibrio cultural.
La certidumbre
cartesiana es matemática en esencia. Descartes creía que la clave del universo
se hallaba en su estructura matemática y, para él, ciencia era sinónimo de
matemáticas. Por esta razón escribió, con respecto a las propiedades de los
objetos físicos: «Sólo admito como verdadero lo que haya sido deducido —con la
claridad de un ejemplo matemático— de unas nociones comunes acerca de las
cuales no quepa la menor duda. Como todos los fenómenos de la naturaleza pueden
explicarse de esta manera, creo que no tenemos necesidad de admitir otros
principios de la física y tampoco hemos de desearlos»11.
Como Galileo,
Descartes pensaba que la matemática es el lenguaje de la naturaleza —«ese gran
libro que se abre ante nosotros»— y su deseo de describir el mundo en términos
matemáticos lo llevó a realizar su más famoso descubrimiento. Aplicando las relaciones
numéricas a figuras geométricas, logró establecer una correlación entre el
álgebra y la geometría y con ello creó una nueva rama de las matemáticas, que
hoy se conoce como geometría analítica. Dicha ciencia incluyó la
representación de curvas mediante ecuaciones algebraicas cuyas soluciones
Descartes estudió de manera sistemática. El nuevo método le permitió aplicar un
análisis matemático más general al estudio de los cuerpos en movimiento de
acuerdo con su grandioso proyecto de establecer una relación matemática exacta
en todos los fenómenos físicos. Con ello podía decir orgullosamente: «Toda mi
física no es más que geometría»12.
Descartes fue
un genio de las matemáticas y esto se refleja en su filosofía. A fin de
realizar su proyecto de crear una ciencia natural completa y exacta, desarrolló
un nuevo método de razonamiento y lo expuso en su famosísimo libro Discurso del
método. Aunque este texto es hoy uno de los grandes clásicos de la filosofía,
no fue concebido como tal, sino más bien como una introducción a la ciencia.
El método cartesiano tenía como meta llegar a la verdad científica, como
claramente se ve en el título completo del libro: «Discurso del método para guiar correctamente el razonamiento y
encontrar la verdad en las ciencias»
La clave del
método cartesiano se halla en la duda radical. Descartes pone en duda todo
aquello de que sea posible dudar —toda la sabiduría tradicional, las
impresiones de los sentidos y hasta el hecho de tener un cuerpo— hasta llegar a
un punto sobre el cual no cabe albergar ninguna duda: su existencia como sujeto
pensante. De ahí su famosa afirmación: «Cogito ergo sum» («Pienso, luego
existo»). De este principio deduce que la esencia de la naturaleza humana se
halla en el pensamiento y que todo aquello que sea percibido con gran claridad
y distinción es absolutamente cierto. A este concepto tan claro y distinto —«un
concepto de la mente pura y atenta»13—, Descartes lo llama
«intuición» y afirma que «el hombre, para llegar a un conocimiento
absolutamente cierto de la verdad, sólo puede guiarse por la intuición evidente
y la deducción necesaria»14. El conocimiento cierto, por
consiguiente, sólo se obtiene mediante la intuición y la duda, los dos
instrumentos utilizados por Descartes en una tentativa de reconstruir el
edificio de la sabiduría sobre cimientos más firmes.
El método
cartesiano es analítico, esto es, consiste en dividir los pensamientos y
problemas en cuantas partes sea posible y luego disponerlos según un orden
lógico. El método de razonamiento analítico quizá sea la principal
contribución de Descartes a la ciencia. El racionalismo se ha convertido en una
característica esencial del, pensamiento científico moderno y ha demostrado su
utilidad en el desarrollo de teorías científicas y en la realización de
proyectos tecnológicos extremadamente complejos. Gracias al método cartesiano,
la NASA logró poner a un hombre en la luna. Por otro lado, la excesiva
importancia dada al racionalismo es una de las causas que caracterizan tanto a
nuestras ideas generales como a nuestras disciplinas académicas, además de
propiciar la postura reduccionista —la convicción de que hay que reducir los
fenómenos complejos a sus partes constitutivas para lograr entenderlos— tan
difundida en el mundo de hoy.
El Cogito —nombre
que hoy se da al método cartesiano— hizo que para él la razón fuese más cierta
que la materia y le hizo llegar a la conclusión de que ambas cosas eran entes
separados y básicamente distintos. Por consiguiente, afirmó que «el concepto
de cuerpo no incluye nada que pertenezca a la mente y el de mente, nada que
pertenezca al cuerpo»15. La distinción que Descartes hizo entre la
mente y el cuerpo ha calado hondo en la civilización occidental. Nos ha
enseñado a pensar en nosotros mismos como egos aislados «dentro» de nuestro
cuerpo; nos ha hecho conceder más valor al trabajo intelectual que al manual; a
las grandes industrias les ha permitido vender al público —especialmente al
público femenino— productos que le darían el «cuerpo ideal»; a los médicos les
ha impedido considerar las dimensiones psicológicas de las enfermedades y a
los psicoanalistas ocuparse del cuerpo de sus pacientes. En las ciencias
humanas, la distinción cartesiana ha provocado una infinita confusión sobre la
relación que existe entre la mente y el cerebro; en física, ha hecho que los
fundadores de la mecánica cuántica se enfrenten a enormes obstáculos en sus
observaciones de los fenómenos atómicos. Según Heisenberg, que luchó contra
este problema durante muchos años: «En los últimos tres siglos esta división
ha ido penetrando profundamente en la mente humana, y pasará mucho tiempo
antes de que pueda ser reemplazada con una postura verdaderamente diferente ante
el problema de la realidad»16.
Descartes
basaba toda su visión de la naturaleza en esta división fundamental existente
entre dos campos independientes y separados: el del pensamiento o res cogitans,
la «substancia pensante», y el de la materia o res extensa, la «substancia
extensa». Tanto la mente como la materia eran obra de Dios; Él representaba el
punto de referencia de ambas cosas al ser el origen del orden natural exacto y
de la luz de la razón que permitía al ser humano reconocer este orden. Para
Descartes, Dios era un elemento esencial de su discurso filosófico, pero los
científicos que desarrollaron sus teorías según la distinción cartesiana entre
la mente y la materia omitieron cualquier referencia explícita a la presencia
divina: las humanidades se concentraron en la res cogitans y las ciencias
naturales en la res extensa.
Según
Descartes el universo material era una máquina y sólo una máquina. En la
materia no había ni vida, ni metas, ni espiritualidad. La naturaleza funcionaba
de acuerdo con unas leyes mecánicas, y todas las cosas del mundo material
podían explicarse en términos de la disposición y del movimiento de sus partes.
Esta imagen mecanicista de la naturaleza fue el paradigma que dominó la
ciencia después de Descartes, marcando la pauta de las investigaciones científicas
y sugiriendo la formulación de todas las teorías sobre los fenómenos
naturales, hasta que la física del siglo XX efectuó un cambio radical. Toda la
elaboración de la ciencia mecanicista que tuvo lugar entre el siglo XVII y el
siglo XIX —incluida la grandiosa síntesis newtoniana— fue sólo una evolución de
la idea cartesiana. Descartes dio una estructura general al pensamiento
científico con su visión de la naturaleza como una máquina perfecta regida por
leyes matemáticas exactas.
El cambio
drástico en la imagen de la naturaleza —de organismo a máquina— afectó
profundamente la actitud de las personas hacia su entorno natural. La visión
orgánica del mundo durante la Edad Media había sugerido un sistema de valores
propicios a un comportamiento ecológico. En palabras de Carolyn Merchant:
La imagen de organismo vivo y de madre que se le
daba a la tierra fue utilizada como obstáculo cultural para limitar las
acciones de los seres humanos. No es nada fácil matar a la propia madre, hurgar
en sus entrañas en búsqueda de oro o mutilar su cuerpo... Mientras se pensó en
la tierra como algo vivo y sensible, podía considerarse como falta de ética del
comportamiento humano el llevar a cabo actos destructivos en contra de ella17.
Estos límites
culturales desaparecieron con la mecanización de la ciencia. La concepción
mecanicista del universo ideada por Descartes proporcionó la autorización
«científica» para la manipulación y la explotación de los recursos naturales
que se ha convertido en una constante de la cultura occidental. De hecho,
Descartes compartía la opinión de Bacon en cuanto a que la meta de la ciencia
era dominar y controlar la naturaleza y afirmaba que podía utilizarse el conocimiento
científico para «convertirnos en los amos y dueños de la naturaleza»18.
En su
tentativa de crear una ciencia natural completa, Descartes incluyó a los
organismos vivos dentro de su visión mecanicista de la materia. Las plantas y
los animales se consideraban simples máquinas; los seres humanos estaban
habitados por un alma racional que se conectaba con el cuerpo mediante la
glándula pineal, situada en el centro del cerebro. En cuanto al cuerpo humano,
era imposible diferenciarlo de un animal/máquina. Descartes explicó detalladamente
la manera de reducir los movimientos y las funciones biológicas del cuerpo a
simples operaciones mecánicas, a fin de demostrar que los organismos vivos eran
meros autómatas. La imagen del autómata denota la influencia que en él —como
hombre de su tiempo, el barroco siglo XVI— ejercieron aquellas maquinarias
ingeniosas, «casi vivas», que deleitaban al público por la magia de sus movimientos
aparentemente espontáneos. Como muchas personas de su generación, Descartes
estaba fascinado por esos autómatas y llegó incluso a construir varios.
Inevitablemente, estableció una comparación entre sus creaciones y el
funcionamiento de los organismos vivos: «Vemos que los relojes, las fuentes
artificiales, los molinos y otras máquinas semejantes, a pesar de haber sido
creadas por el hombre, tienen la facultad de moverse por sí mismas de
diferentes maneras... No reconozco ninguna diferencia entre las máquinas de
los artesanos y los diferentes cuerpos creados por la naturaleza»19.
En la época de
Descartes la relojería había alcanzado un alto nivel de perfeccionamiento y,
por consiguiente, el reloj era un modelo privilegiado para otras máquinas
automáticas. Descartes comparaba a los animales a «un reloj... hecho... de
ruedas y muelles» y extendió la comparación al cuerpo humano: «Veo el cuerpo
humano como una máquina... En mi opinión... un enfermo y un reloj mal hecho
pueden compararse con mi idea de un hombre sano y un reloj bien hecho»"20
La visión
cartesiana de los organismos vivos tuvo una influencia decisiva en la evolución
de las ciencias humanas. Describir minuciosamente los mecanismos que constituyen
los organismos vivos ha sido la tarea principal de todos los biólogos, los
sociólogos y los psicólogos en los últimos trescientos años. El enfoque
cartesiano ha tenido mucho éxito —especialmente en el campo de la biología—pero
también ha limitado los posibles caminos de la investigación científica. El
problema está en que los científicos, alentados por el éxito obtenido tratando
a los organismos vivos como máquinas, tienden a creer que estos organismos son
sólo máquinas. Las consecuencias negativas de esta falacia reduccionista se
han vuelto clarísimas en la medicina; los médicos, suscritos a la imagen
cartesiana del cuerpo humano como un mecanismo de relojería, no pueden entender
muchas de las principales enfermedades presentes en el mundo de hoy.
Ésta, pues, es
la «maravillosa ciencia» de Descartes. Utilizando un método de pensamiento
analítico creado por él, trató de explicar con precisión todos los fenómenos
naturales por un sistema único de principios mecánicos. De este modo pensaba
lograr una ciencia a exacta cuyos conceptos fueran de una certeza matemática
absoluta. Por supuesto, Descartes no logró llevar a cabo su ambicioso proyecto
y él mismo reconoció que no había podido llevar a término su filosofía
científica. A pesar de ello, el método de razonamiento y el esquema general de
la teoría sobre los fenómenos naturales han determinado el pensamiento
científico de Occidente durante tres siglos.
Hoy, a pesar
de que se comienzan a vislumbrar las severas limitaciones de la visión
cartesiana del mundo, el método de enfocar los problemas intelectuales y la
claridad de razonamiento de Descartes siguen vigentes. Recuerdo que un día,
después de pronunciar una conferencia sobre física moderna en el que había
recalcado la importancia de las limitaciones del enfoque mecanicista en la
cuántica y la necesidad de superar esta visión en otros campos, una mujer,
francesa me felicitó por mi «lucidez cartesiana». Por ello Montesquieu escribía
en el siglo XVIII: «Descartes enseñó a los que vinieron después de él cómo
descubrir sus propios errores»21.
Descartes dio
una estructura conceptual a la ciencia del siglo XVII, pero su idea de una
máquina del mundo regida por leyes matemáticas siguió siendo sólo una visión
ilusoria durante toda su vida. Lo único que pudo hacer fue trazar las líneas
generales de su teoría sobre lo fenómenos naturales. El hombre que realizó el
sueño cartesiano completó la Revolución Científica fue Isaac Newton. Nacido en
Inglaterra en 1642, año de la muerte de Galileo, Newton desarrolla toda una
fórmula matemática del concepto mecanicista de la naturaleza y con ella
sintetizó magníficamente las obras de Copérnico y de Kepler, y también las de
Bacon, Galileo y Descartes. La física newtoniana, logro supremo de la ciencia
del siglo XVII, estableció una teoría matemática del mundo que se convirtió en
la base del pensamiento científico hasta mediados del siglo XX. Newton tenía una
comprensión de las matemáticas muy superior a la de cualquiera de sus
contemporáneos. Inventó el cálculo diferencial, un método totalmente nuevo para
describir el movimiento de los cuerpos sólidos que iba mucho más allá de las
técnicas matemáticas de Galileo y de Descartes. Este tremendo logro intelectual
fue elogiado por Einstein con estas palabras: «Quizá este sea el mayor avance
en el campo intelectual que un solo individuo haya tenido el privilegio de hacer»22
Kepler había
deducido las leyes empíricas del movimiento planetario mediante el estudio de
las tablas astronómicas, y Galileo había realizado ingeniosos experimentos para
descubrir las leyes de la caída de los cuerpos. Newton aunó los descubrimientos
de sus predecesores, formulando las leyes generales del movimiento que rigen
todos los objetos del sistema solar, desde las piedras hasta los planetas.
Según la
leyenda, Newton tuvo la revelación decisiva de su ciencia un día que, sentado
bajo un árbol, vio caer una manzana. Le sobrevino una ráfaga de inspiración y
comprendió que la manzana estaba siendo atraída hacia la tierra por la misma
fuerza que atraía los planetas hacia el sol; de esta manera encontró la clave
de su genial síntesis. Después utilizó su nuevo método matemático para
formular las leyes exactas del movimiento para todos los cuerpos en los que
influyen la fuerza de gravedad. La importancia de estas leyes se basa en su
aplicación universal. Por el hecho de ser válidas para todo el sistema solar
parecían confirmar la visión cartesiana de la naturaleza. El universo
newtoniano era, en efecto, un enorme sistema mecánico regido por leyes
matemáticas exactas.
En su libro
Principios Matemáticos de la Filosofía Natural, Newton expuso su teoría con
gran lujo de detalles. Los Principia (diminutivo del título original latino de
la obra) comprenden un vasto sistema de definiciones, proposiciones y pruebas,
que los científicos admitieron como la correcta descripción de la naturaleza
durante más de doscientos arios. También contienen un comentario explícito del
método experimental newtoniano, que su autor veía como un procedimiento
sistemático en el cual la descripción matemática se basa en una evaluación
crítica de las pruebas experimentales realizada en cada una de sus etapas.
Todo lo que no se pueda deducir de los fenómenos ha
de llamarse hipótesis; y las hipótesis, sean metafísicas o físicas, sean de calidades
ocultas o mecánicas, no tienen cabida en la filosofía experimental. En esta
filosofía las proposiciones particulares se deducen de los fenómenos y después
se universalizan por inducción23.