FICHA 1 –
ARGUMANTACIÓN.
Introducción
¿Qué es argumentar?, ¿Qué es un argumento?, ¿Cuándo es posible
argumentar?, ¿Dónde se puede dar una argumentación?, ¿Por qué es importante
argumentar?...
En un
primer acercamiento básico y casi trivial podríamos responder a la pregunta
¿que es argumentar? estableciendo que la argumentación es la acción de dar
argumentos. Ahora bien ¿qué es un argumento? En un sentido amplio, un argumento
es una afirmación basada en motivos o razones. Por lo cual, dar un argumento es fundamentar,
justificar por qué sostenemos lo que sostenemos; dar motivos en defensa de
nuestras opiniones.
“Dar un argumento significa ofrecer
un conjunto de razones o de pruebas en apoyo de una conclusión. Un argumento no
es simplemente la afirmación de ciertas opiniones, ni significa exponer
nuestros prejuicios bajo una
nueva forma, sino que los argumentos son intentos de apoyar ciertas opiniones
con razones. (...) Son una manera de tratar de informarse acerca de qué
opiniones son mejores que otras. Algunas conclusiones pueden apoyarse en buenas
razones, otras tienen un sustento mucho más débil. Pero a menudo desconocemos
cuál es cuál. Tenemos que dar argumentos en favor de diferentes conclusiones y
luego valorarlos para considerar cuan fuertes son realmente (...)
Argumentar
es importante también por otra razón: permite que defendamos una conclusión
sustentados en pruebas. Un buen argumento no es una mera reiteración de las
conclusiones; en su lugar ofrece razones, de tal manera que otras personas puedan
formarse sus propias opiniones. (...)
No es un error tener
opiniones. El error es no tener nada más.”
“Una argumentación
consiste en una o más razones que se ofrecen para fundamentar una
afirmación con el objetivo de convencer a alguien de ella o al menos de
justificar su aceptabilidad. Esto significa que una persona que argumenta
no expresa simplemente lo que piensa, sino que además lo respalda y busca a
través de ello producir una efecto en el interlocutor”. Guinovart,
R Cómo hacer cosas con razones.
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Un
argumento es un razonamiento mediante el cual se intenta convencer a
alguna persona de la verdad o falsedad de una tesis. Una tesis es una
proposición, afirmativa o negativa, que alguien sostiene sobre algún tema, cuya
veracidad no es evidente, sino que requiere de demostración. Para demostrar la
veracidad de una tesis debe situársela en el lugar de la conclusión de un
razonamiento, recurriendo a otras proposiciones que oficien de premisas.
Pero
es necesario distinguir, entonces, entre un razonamiento
y un argumento, pues un argumento
es un razonamiento, pero en un contexto
determinado. Además la teoría de la argumentación se preocupa de más
cuestiones para determinar la corrección de un argumento que simplemente su
validez formal, que utilice un razonamiento correcto. Así que aunque el uso de
un razonamiento correcto sea necesario para la argumentación (por lo cual esta
teoría está en contacto con la
Lógica) no es suficiente.
¿Cuándo
es posible argumentar? Lo primero que debe haber para que sea necesario ofrecer
un argumento es un desacuerdo, diferentes puntos de vista sobre cierto tópico.
Si todos estuviéramos de acuerdo, por ejemplo, en que la pena de muerte es
injusta no tendríamos que argumentar por qué creemos eso; tal vez tendremos que
hacerlo a la hora de decidir por qué es injusta: si unos piensan que es injusta
porque uno de los diez mandamientos dice “no matarás” y otros sostienen que es
injusta porque no tenemos derecho a decidir sobre la vida de los demás, es aquí
donde comienzan las diferencias, y es aquí donde debemos fundamentar lo que
decimos.
Cuando
realizamos una afirmación cualquiera debemos tener siempre presente que ella
puede ser verdadera o falsa, por lo cual puede ser discutible y cualquier
persona puede manifestar su acuerdo o desacuerdo con la misma, su opinión
acerca de si ella es verdadera o falsa. Pero cuando no estamos de acuerdo con
algo, no basta decir “estoy en desacuerdo”, sino que debemos dar razones,
explicar el (o los) por qué(s) de nuestro desacuerdo con respecto a la tesis
sostenida por nuestro interlocutor. Esto es, justamente, argumentar:
proporcionar razones que explican por qué adherimos o no adherimos a cierta
afirmación, o aportar razones que lleven a los demás a adherir o a no adherir a
cierta afirmación.
Ahora
bien, ¿dónde se argumenta? Argumentar es una de las actividades más frecuentes
en una sociedad democrática: se argumenta en la política, por ejemplo, para
justificar nuestro apoyo o rechazo a una medida concreta; se argumenta en los
negocios, por ejemplo, para explicar por qué un precio nos parece demasiado
elevado; se argumenta en el ámbito de las relaciones entre empleados y
patrones, por ejemplo, cuando se discute un acuerdo salarial, o cuando se
inicia un conflicto. También se argumenta cuando se hace publicidad (o al menos
cuando se opta por cierta forma de hacer publicidad).
Sin
embargo, esta presencia casi universal de la argumentación (característica de
nuestra forma de vida) no se da en todos los tipos de sociedades ni tampoco
siempre en la nuestra. En una sociedad donde rija “la ley del más fuerte”, por
ejemplo, no hay necesidad de argumentar, todo se reduce a un único “argumento”
que consiste en decir “esto se hace así porque yo lo quiero y soy el más
fuerte”. Pero también dentro de una sociedad democrática hay ámbitos donde no
se argumenta: el ejército, por ejemplo, es una institución donde la obediencia
ciega es un valor deseable y no se argumenta (quizás sólo entre pares) sino que
se dan y se reciben órdenes, según la relación jerárquica.
No
obstante, el hecho de vivir en una sociedad democrática implica que
permanentemente vamos a vernos envueltos en alguna situación donde se nos haga
necesario argumentar; por lo cual el conocer el estudio, las formas y fallas de
los diversos tipos de argumentaciones nos ayuda a no caer en errores a la hora
de fundamentar nuestras opiniones y saber reconocerlos en discursos ajenos,
cuando se nos intenta convencer de algo mediante una justificación ilegítima.
La Lógica
Formal
El estudio de la corrección de los razonamientos
Por su
etimología, la palabra “lógica” deriva del vocablo griego logiké, que a su vez deriva de logos,
término que se traduce por ‘palabra’, ‘expresión’, ‘pensamiento’, ‘concepto’,
‘discurso’, ‘habla’, ‘verbo’, ‘razón’, ‘inteligencia’, etc. A esta multitud de
significaciones se han agregado otras, como por ejemplo ‘ley’, ‘principio’ y
‘norma’. El sentido primario de “logos” referiría a la capacidad humana de seleccionar y reunir palabras para obtener una ley
científica, un principio universal y necesario, un discurso que explica por qué
algo es como es y no de otro modo. Logike era lo relativo al logos. De ahí
que la palabra “lógica” haya sido usada entre los antiguos filósofos griegos
para designar a la ciencia que tiene por objeto de estudio “lo racional” o “lo
discursivo”.
Actualmente,
el término “lógica” designa a la ciencia que se aboca al estudio de la estructura
de los razonamientos, con el objetivo de distinguir los razonamientos correctos (aquellos que nos permiten
llegar a conclusiones verdaderas) de los incorrectos
(aquellos que no nos ofrecen la certeza de que las conclusiones a que
llegamos sean verdaderas).
Es común
encontrar a la lógica definida como la ‘ciencia de las leyes del pensamiento’.
Pero esta definición, aunque proporciona una clave para comprender la
naturaleza de la lógica, no es apropiada. En primer lugar, el pensamiento es
estudiado por los psicólogos, y la lógica no es una rama de la psicología, sino
una ciencia diferente e independiente. En segundo lugar, si ‘pensamiento’ se
refiere a cualquier proceso que tiene lugar en la mente de las personas, no
todos los pensamientos son objeto de estudio de los lógicos. El objeto de
estudio de la lógica son, específicamente, los razonamientos. Todo
razonamiento es un pensamiento, pero no todo pensamiento es razonamiento. Uno
puede recordar algo, imaginarlo o lamentarse de él, sin hacer razonamiento
alguno en torno a ello. La definición de la lógica como ‘ciencia de las leyes
del pensamiento’ la presenta, pues, como incluyendo demasiado.
A veces
se define a la lógica como la ciencia del razonamiento. Esta definición es más
cercana, pero también resulta inapropiada. El razonamiento, en tanto es un tipo
de pensamiento, forma parte de los temas que interesan al psicólogo, pero el
lógico está interesado exclusivamente en la corrección del proceso de
razonamiento.
Cabe
hacer una última distinción: la lógica se preocupa principalmente de la validez de los razonamientos y no de se
valor de verdad. La verdad de las
premisas y conclusiones de un razonamiento (cuando son proposiciones empíricas)
se corroboran como verdaderas mediante la contrastación observacional (en sus
distintas variaciones), es decir verificando empíricamente si son verdaderas.
Lo que la lógica determina, según la estructura de los razonamientos, es la validez es decir la corrección lógica
del razonamiento, que asegura que su conclusión se desprende necesariamente de las premisas, lo cual
me permite inferir que si las premisas son verdaderas, también lo será la
conclusión. Pero la relación verdad-validez es bastante compleja: pueden
haber razonamientos válidos con premisas falsas y conclusiones falsas,
razonamientos válidos con premisas falsas y conclusiones verdaderas,
razonamientos válidos con premisas verdaderas y conclusiones verdaderas,
razonamientos inválidos con premisas verdaderas y conclusiones falsas,
razonamientos inválidos con premisas verdaderas y conclusiones verdaderas, etc.
Lo único que no puede pasar es que un razonamiento válido con premisas
verdaderas tenga como conclusión una proposición falsa.
Estructura de los razonamientos
Un razonamiento es cualquier conjunto de proposiciones de
las cuales una se afirma como verdadera sobre la base de las otras. En el
ámbito de la lógica se reserva la palabra razonamiento
para designar al resultado del proceso mental mediante el cual se busca apoyar
la verdad de una proposición asociándola con otras cuya verdad ya es aceptada,
en tanto que se emplea el término argumento para denominar al
razonamiento del que se hace un uso público (oral o escrito) con el objetivo de
convencer a otros acerca de la veracidad de cierta tesis.
Las proposiciones
son oraciones informativas de carácter afirmativo.
Premisas y Conclusiones
En todo
razonamiento las proposiciones cumplen una de las siguientes funciones: ser la
base de la que se parte o el punto al que se arriba. La conclusión de un razonamiento es la
proposición que se afirma con base en las otras proposiciones del razonamiento,
y estas otras proposiciones, que son afirmadas como apoyo para aceptar la
conclusión, son las premisas de ese
razonamiento.
El tipo más
simple de razonamiento es el de una sola premisa y una conclusión. Un ejemplo
de este caso es el siguiente: “Los
profesores de enseñanza media exigen demasiado para obtener un título que
permita el acceso a la
Universidad. Por lo tanto, los profesores de enseñanza media
son un mal necesario”.
Aquí se enuncia
primero la premisa y luego la conclusión. Pero el orden en que son enunciadas
no es importante desde el punto de vista lógico. En el siguiente razonamiento,
la conclusión se enuncia en la primera oración y la premisa en la segunda: “Un profesor que pretende relacionarse de
igual a igual con sus alumnos es un ser contradictorio. Porque todo profesor
debe mandar para desarrollar su actividad”.
En ciertas
ocasiones, la premisa precede a la conclusión en un razonamiento en una sola
oración: “Todo profesor debe reforzar la
capacidad crítica de sus alumnos, por lo que la educación no se agota en la
transmisión de conocimientos”.
En otras
ocasiones, la conclusión precede a la premisa también en un razonamiento de una
sola oración: “Un profesor debe conocer
la realidad concreta de sus alumnos, porque un profesor debe respetar los
saberes con que sus alumnos llegan al liceo”.
Otros
razonamientos ofrecen varias premisas en apoyo a sus conclusiones. En el
siguiente ejemplo, la conclusión está al final de tres premisas: “Es tarea de un profesor desafiar a sus
alumnos a comprender lo que les comunica. Es un gesto de autoritarismo de parte
del profesor el preguntar a sus alumnos si ‘saben con quién están hablando’. Un
profesor debe promover la curiosidad de sus alumnos. Por lo tanto, todo
profesor se debe a sus alumnos”.
En este otro
caso, la conclusión antecede a sus tres premisas: “Para ser un buen profesor, no alcanza con transferir conocimientos. En
primer lugar, porque todo buen profesor debe perfeccionar su formación con
cierta frecuencia. En segundo lugar, porque un buen profesor no debe
menospreciar a ninguno de sus alumnos. En tercer lugar, porque un buen profesor
debe estar comprometido con la defensa de las condiciones en las que se
desarrolla su trabajo”.
Para contar las
premisas de un razonamiento, no podemos apelar simplemente al número de
oraciones; puede haber más de una premisa en la misma oración: “Todo profesor debe contribuir a la
autonomía de sus alumnos, y la autonomía implica rebelarse frente a las
injusticias. Por lo tanto, todo profesor debe contribuir a rebelarse frente a
las injusticias”.
Debemos notar
que “premisa” y “conclusión” son términos relativos. En primer lugar, porque
ninguna proposición, considerada en forma aislada, es una premisa o una
conclusión. Una proposición es una premisa solamente cuando aparece como
supuesto de un razonamiento. Una proposición es una conclusión solamente cuando
pretende fundamentarse en otras proposiciones de un argumento.
En segundo
lugar, porque la misma proposición puede ser premisa en un razonamiento y
conclusión en otro. Consideremos este ejemplo: “La arrogancia descalifica al profesor frente a sus alumnos. El desinterés
de un profesor por su capacitación profesional es síntoma de arrogancia. Por lo
tanto, el desinterés por su capacitación profesional descalifica al profesor
frente a sus alumnos”. Aquí, la proposición “el desinterés por su capacitación profesional descalifica al profesor
frente a sus alumnos” es la conclusión, y las dos proposiciones
anteriores son sus premisas. Pero la conclusión de este razonamiento es una premisa
en el siguiente razonamiento: “La
descalificación de un profesor frente a sus alumnos imposibilita un trato
respetuoso entre ellos. El desinterés por su capacitación profesional
descalifica al profesor frente a sus alumnos. Por lo tanto, el desinterés de un
profesor por su capacitación profesional imposibilita el trato respetuoso de
sus alumnos”.
Los
razonamientos precedentes o bien tienen sus premisas seguidas de su conclusión,
o a la inversa. Pero la conclusión de un razonamiento no necesita enunciarse
como su parte final o al principio del mismo, puede suceder que se halle en
medio de diferentes premisas que se ofrecen en su apoyo: “El autoritarismo implica creerse en posesión de la verdad absoluta;
por ello sancionar a un alumno es una práctica autoritaria, ya que para
sancionar es preciso creerse en posesión de la verdad absoluta”. Aquí, la conclusión de que “sancionar a un alumno es una práctica
autoritaria”, se afirma sobre la base de la proposición que la precede y de
la que la sigue.
Ya que un
razonamiento puede enunciarse poniendo su conclusión al principio, en medio o
al final de las premisas (e incluso puede no aparecer), su conclusión no puede
identificarse por la posición del mismo. Entonces ¿cómo puede uno decir cuál es
la conclusión y cuáles son las premisas dado un razonamiento? A veces, por la
presencia de palabras indicadoras.
La conclusión suele estar precedida por expresiones tales como:
lo cual prueba que
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se
concluye que
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por
esta razón
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de
ahí que
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lo cual muestra que
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como resultado
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podemos decir que
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así
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en consecuencia
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por esta razón
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lo que implica que
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luego
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consecuentemente
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se deduce que
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se sigue que
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por lo tanto
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Del mismo modo, la presencia
de ciertas palabras o frases señala frecuentemente, pero no siempre, que lo que
sigue es la premisa de un razonamiento:
puesto
que
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porque
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como muestra
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como
es indicado por
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se
puede inferir de
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dado que
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pues
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la razón es que
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por las siguientes razones
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se puede deducir de
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a causa de
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se sigue de
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en vista de que
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se puede derivar de
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esto es porque
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Consideremos
el siguiente razonamiento: “Puesto que
todo privilegio social es un robo, y en vista de que la propiedad privada es un
privilegio social, se deduce que la propiedad privada es un robo”. Hallamos
que el mismo está compuesto de dos premisas (‘Todo privilegio social es un
robo’, y ‘La propiedad privada es un privilegio social’) y una conclusión (‘La
propiedad privada es un robo’). A los efectos de su clarificación, y siguiendo
el criterio tradicional de utilizar una barra horizontal u oblicua para
simbolizar la expresión que precede a la conclusión, este razonamiento puede
representarse de las siguientes maneras:
Todo privilegio
social es un robo.
La propiedad
privada es un privilegio social.
La propiedad
privada es un robo.
Todo
privilegio social es un robo. La propiedad privada es un privilegio social. /
La propiedad privada es un robo.
El objetivo de
la argumentación
¿Por qué argumentar?, persuadir y
convencer, pensar por si mismo
En
diversos ámbitos de nuestra sociedad predomina la tradición retórica y dialéctica iniciada por los sofistas: persuadir a otra persona para
que admita la veracidad de la tesis que yo defiendo, sin que me importe que esa
tesis sea o no verdadera y que sus efectos para los demás sean o no buenos. Lo
único que importa es el éxito, para lo cual basta con apoyarse en proposiciones
que el otro acepte. Consideremos algunos ejemplos:
-
Un
abogado puede sostener la tesis de la inocencia de una persona que realmente
cometió un delito, ya sea porque le pagaron por ello o porque está en juego su
prestigio profesional.
-
Un
político puede sostener la tesis de que si es electo presidente mejorará la
situación del país, cuando en realidad lo único que ve en su elección es la
posibilidad de obtener mucho dinero.
-
Un
estudiante puede sostener una tesis que no comparte para ser bien calificado
por su profesor.
Distingue Roberto Marafioti, en su libro “Los patrones de
la Argumentación”,
entre los conceptos de persuadir y convencer, al explicar la importancia de
la argumentación:
“La
dimensión social del hombre se manifiesta de diferentes modos. Uno de los más
elocuentes parte de la comunicación. Existen mecanismos comunicativos que se
emplean cotidianamente de manera casi inconsciente y hay instituciones que
organizan y regulan las posibilidades de intercambio comunicativo entre los
sujetos. Cuando alguien se comunica con otro se ponen en funcionamiento
distintas modalidades de organización discursiva: se narra, se explica, se
describe, se argumenta. (...)
Las
formas de estructurar la argumentación que se dan en las diversas comunidades a
lo largo de su historia son un aspecto importante porque organizan las
relaciones generales de una sociedad. De ahí la importancia de reconocer las
formas de articulación, las manifestaciones y, sobre todo, las huellas que
durante más de veinticinco siglos se ha ido organizando y perduran en la
actualidad alrededor de este fenómeno.
Siempre
que se toma contacto con otra persona o con una institución se da una situación
en la que se argumenta de algún modo para provocar una conducta sobre el o los
otros, para hacer que ese otro crea o deje de creer tal o cual cosa. Es más, se
puede asegurar, por ejemplo, que tanto los sistemas educativos actuales como
los medios de difusión están organizados sobre la base de regular de manera
firme y sólida esta situación.
A
lo largo de la historia existieron diversas instituciones en las que se plasmó
esta intención de lograr la cohesión y la coerción sociales. Las religiones, la
escuela, el foro judicial, los poderes legislativos, los medios masivos,
corresponden a distintas etapas en las que siempre se manifestó la voluntad de
regular la imposición de puntos de vista sobre conglomerados cada vez más
vastos y complicados, y estos fenómenos que se pueden rastrear en el pasado
adquirieron en la actualidad una fuerza y una frecuencia incuestionables.
Tratar
la argumentación lleva a razonar temas de importancia y complejidad indudables.
Supone considerar la noción de público, de auditorio, de opinión pública. El
listado y los problemas se podrían amplias así, cuando se habla acerca de
libertad y manipulación, de verdad y falsedad, de democracia y dictadura, de
conflicto y consenso, de legitimidad e ilegitimidad, se suponen actividades que
incluyen el uso del discurso y la intención de operar sobre las conciencias y
las voluntades de los otros. (...)
Persuadir
y convencer. Desde los tiempos más remotos se mantuvo esta división
entre dos mecanismos que se desencadenan a partir del ejercicio del lenguaje.
En
el mundo de los griegos Peithó, la
persuasión, era una divinidad que “jamás sufrió rechazo”, según afirma Esquilo.
Estaba asociada a Afrodita, la diosa “de los pensamientos sutiles”, y disponía
de “sortilegios de palabras de miel”. En el Panteón griego Peithó corresponde
al poder de la palabra sobre los otros. Su templo es la Palabra. (...)
La
ambigüedad de estos conceptos y más concretamente el de persuasión (y
disuasión) ha pervivido (...) Sin embargo, bajo ciertas consideraciones se
puede formular una diferencia nítida entre persuadir y convencer. (...) La
gramática misma ofrece sus servicios para diferenciar ambos conceptos. Así, una
persuasión se padece (como algo
impuesto) mientras que una convicción se tiene
(como algo obtenido). El carácter pasivo del paciente de la persuasión
contrasta con el carácter activo del paciente de la convicción. (...)
Otra
realización de este contraste gramatical entre ‘persuadir’ y ‘convencer’ se
advierte en la naturalidad con que surge una afirmación del tipo “A fue
persuadido en un primer momento, pero luego cambió de opinión”, en contraste
con la secuencia menos usual “A se convenció primero, pero luego cambió de
opinión”. La opinión resulta difícilmente negociable, luego de que se ha
producido una convicción.
Puede
afirmarse también que la convicción implica un proceso activo, racional y
reflexivo, por parte del participante paciente, mientras que la persuasión
implica un proceso pasivo, irracional e irreflexivo, por parte del participante
paciente. La propuesta persuasiva apela a una gama de mecanismos psicológicos
sin mediación de la razón. Las persuasiones tienen que ver con las emociones.
La propuesta de convicción, en cambio, apela a la razón, hace un llamado a la
revisión crítica, explícita, tanto del argumento o lo argumentos a favor, como
de los argumentos en contra de la propuesta o tesis.”
En diversos ámbitos de la sociedad como los mencionados
anteriormente (juzgados, política, publicidad) se intenta, en términos de
Marafioti, persuadir más que convencer. En filosofía,
en cambio, se sigue la tradición iniciada por Platón y Aristóteles: nuestra
intencionalidad al enfrentarnos a un problema ha de ser la de buscar la verdad
del caso, aunque tal verdad nos perjudique directamente. Michel Tozzi agrega a
las razones de por qué es importante argumentar presentadas por Marafioti y
Weston otra: pensar por sí mismo.
“¿Cuáles son
mis opiniones? ¿De dónde vienen?
Pensar por sí mismo, es
examinar el fundamento de sus ideas. Es tomar distancia crítica en relación a
las opiniones arraigadas en su personalidad. Puede ser entonces útil constituir
‘el estado de los lugares’ de sus pensamientos, para hacer de ello el material
de una reflexión, de un retorno sobre sí, a fin de saber verdaderamente ‘de que
habla y si lo que se dice es verdadero’.
Nosotros
tenemos opiniones sobre muchas cuestiones. Por ejemplo, desde el punto de vista
religioso, somos tanto creyentes como ateos; desde el punto de vista político,
nos inclinamos tanto a la derecha o la izquierda. A menos que nosotros
rechacemos esas alternativas como los agnósticos, etc. (...)
¿Sobre qué tenemos opiniones?
Tenemos también ciertamente
un punto de vista sobre:
–
la pena de muerte, el aborto, la eutanasia:
–
el matrimonio civil y religioso, el concubinato, el
divorcio
–
la igualdad de las mujeres, la educación de los
niños, la escuela pública y privada
–
la inmigración, el desempleo, la inseguridad;
–
lo que nosotros consideramos o no como arte, los
altibajos de la ciencia, de Europa, de la guerra, etc.
De
esas ideas, nosotros no tenemos forzosa y constantemente conciencia. Es cuando
se nos plante lo que pensamos sobre tal problema (la validez de la astrología,
la prohibición de fumar en lugares públicos, etc.) que debemos tomar posición,
de manera que a veces nos adherimos a la seguridad de alguien que ha
reflexionado sobre el tema (lo cual no siempre es garantía), o bien porque
debemos cumplir un acto que demanda una decisión (ej. poner una boleta en una
urna). Entre esas opiniones, hay un cierto número entre ellas que firmemente
‘no nos harían cambiar de parecer’, por ejemplo tal posición religiosa o
política, tenemos un sentimiento de un compromiso importante y preciso sobre
ese asunto, y al menos sobre ese punto la convicción de estar en la verdad.
Esas opiniones son a veces el fruto de la reflexión y de un largo recorrido
personal. Ellas están tan bien incrustadas en nosotros que las tenemos
verdaderamente maduras. Ellas no son sino, a menudo en esos casos, más que prejuicios
no fundados. Son sobre ellas por sobre todo que sería necesario examinar,
porque ellas coinciden con lo que nosotros somos y repudian toda puesta en
duda.
¿Qué relación hay entre lenguaje y
pensamiento?
Para hacer el punto sobre
esas ideas, es necesario un mínimo de método, es decir, de orden por el cual se
proceda rigurosamente. Es el lenguaje que permite expresar un pensamiento. Una
idea no formulada permanece como una nebulosa. Se sabe, entonces,
verdaderamente lo que se quiere decir cuando se lo ha dicho efectivamente,
porque las palabras son herramientas que ayudan a tallar el pensamiento.
¿De dónde provienen mis opiniones?
Mis opiniones no han nacido
en mi pensamiento por generación espontánea. Puedo tenerlas personalmente
aseguradas por la experiencia y la reflexión. Pero no siempre es este caso en
mi juventud, pues tengo poca experiencia y soy muy influenciable. Es el caso
también cada vez que yo adhiero a una idea sin examen, simplemente porque ella
está de moda, vehiculizada por los medios o compartida por mi entorno: la he
atrapado, por así decirlo, como un virus mental. (...) Estamos impregnados de
nuestra juventud (donde no tenemos espíritu crítico), de las ideas de nuestra
civilización occidental, de nuestra cultura judeo-cristiana, de nuestra época
del siglo XX, de las tradiciones de la nación francesa y de nuestra región, de
nuestro medio familiar, de nuestra clase social. (...) Estamos muy sujetos por
nuestros parientes, de nuestros profesores, de nuestros camaradas (...) y de
los periodistas. ¿Algo es verdadero solamente porque se nos ha dicho y lo
entendemos y lo repetimos así? ¿nos lo apropiamos de una autoridad y de una
tradición ajena? ¿O es necesario ser más exigentes sobre el fundamento racional
de una verdad?
Si
queremos analizar lúcidamente nuestras ideas, es necesario comprender como se
han formado, su origen, su genealogía. Más allá de las consideraciones
generales, un examen personalizado de los argumentos de nuestras creencias (una
búsqueda de argumentos que justifique nuestras creencias) se impone como
necesario para cada uno(...)
Nada
es de hecho tan simple. (...). Las ideas de un individuo no se explican
solamente por sus orígenes y notablemente por una historia y un contexto
social: cada uno tiene su itinerario particular, sobrepasando los esquemas
generales; cada historia personal está marcada desde el inicio de una libertad,
irreductible a cualquier factor simplista ignorando la complejidad.
Pero
precisamente, por lo que es de nuestras opiniones pre-reflexivas, los
determinismo psicosociales juegan un papel importante porque el pensamiento no
se ha desarrollado, no se ha decantado suficientemente de las influencias para
construir sus propios andamios y preparar su perfil único. Es por eso que es
necesario analizar de dónde vienen, para comprender lo que se es, si se quiere
llegar a ser.”
Bibliografía
- Ferrater
Mora, J. Diccionario de Filosofía. Ed.
Ariel, Barcelona, 2001
- Tozzi,
M. Pensar por sí mismo. Ediciones
de la Crónica
social, 1999
- Weston, A. Las claves de la argumentación Ed.
Ariel, España, 1998.
Guinovart,
R. Cómo hacer
cosas con razones. Ed. Paideia, Montevideo, 2008.