martes, 2 de agosto de 2016

Unidad: Filosofía de la ciencia. (Selección de Fritjof Capra. "El punto crucial".



LA MÁQUINA NEWTONIANA
DEL MUNDO

Las teorías esenciales de la visión del mundo y el sistema de valores que están en la base de nuestra cultura y que hoy tenemos que ree­xaminar atentamente se formularon en los siglos XVI y XVII. Entre 1500 y 1700 se produjo un cambio radical en la mentalidad de las personas y en la idea que éstas tenían acerca de las cosas. La nueva mentalidad y la nueva percepción del mundo dieron a nuestra civilización occidental los rasgos que caracterizan la era moderna y se convirtieron en las bases del paradigma que ha dominado nuestra cultura durante los últimos trescientos años y que ahora está a punto de cambiar.
Antes del 1500, en Europa —y en la mayoría de las demás civi­lizaciones— predominaba una visión orgánica del mundo. Las per­sonas vivían en pequeñas comunidades solidarias y sentían la natu­raleza en términos de relaciones orgánicas cuyos rasgos caracterís­ticos eran la interdependencia de los fenómenos materiales y espi­rituales y la subordinación de las necesidades individuales a las co­munitarias. La estructura científica de esta visión orgánica del mundo se basaba en dos fuentes históricas de importancia reconocida: Aris­tóteles y la Biblia. En el siglo XIII santo Tomás de Aquino conjugó la doctrina aristotélica de la naturaleza con la ética y la teología del Cristianismo, estableciendo una estructura conceptual que no fue cuestionada nunca durante la Edad Media. La naturaleza de la ciencia medieval era muy diferente a la de la ciencia contemporánea. La pri­mera se basaba al mismo tiempo en la razón y en la fe y su meta principal era comprender el significado y la importancia de las cosas, no predecirlas o controlarlas. En la Edad Media, los científicos que investigaban el objetivo primario de los distintos fenómenos naturales daban la máxima importancia a todo lo relacionado con Dios, con el alma humana y con la ética.
En los siglos XVI y XVII los conceptos medievales sufrieron un cambio radical. La visión del universo como algo orgánico, vivo y espiritual fue reemplazada por la concepción de un mundo similar a una máquina; la máquina del mundo se volvió la metáfora dominante de la era moderna. Esta evolución fue el resultado de varios cambios revolucionarios en el campo de la física y de la astronomía que cul­minaron en las teorías de Copérnico, Galileo y Newton. La ciencia del siglo XVII se basaba en un nuevo método de investigación, de­fendido enérgicamente por Francis Bacon, que incluía dos teorías: la descripción matemática de la naturaleza y el método analítico de razonamiento concebido por el genio cartesiano. Los historiadores dieron a este periodo el nombre de la era de la Revolución Científica en reconocimiento al importante papel desempeñado por la ciencia en la realización de estos cambios trascendentales.
La Revolución Científica comienza con Nicolas Copérnico. Sus teorías invalidaron la visión geocéntrica expuesta por Tolomeo y des­crita en la Biblia; dicha visión había sido el dogma aceptado durante más de mil años. A partir de este momento, el mundo ya no fue considerado el centro del universo sino un planeta más que gira en torno a una estrella menor situada al borde de la galaxia; como consecuencia de ello; el hombre fue despojado de la orgullosa convicción de creerse la figura central de la creación divina. Copérnico era ple­namente consciente de que la publicación de sus ideas ofendería de forma profunda la conciencia religiosa de su época y por ello no quiso exponerlas hasta 1543, año de su muerte, e incluso entonces presentó su visión heliocéntrica como una mera hipótesis pragmá­tica.
La herencia de Copérnico fue recogida por Johannes Kepler. Este científico y místico trató de encontrar la armonía de las esferas me­diante un estudio minucioso de las tablas astronómicas y logró for­mular sus famosas leyes empíricas sobre el movimiento planetario, que confirmaron ulteriormente el sistema ideado por Copérnico. Pero el verdadero cambio en la esfera científica no se produjo hasta que Galileo Galilei, ya famoso por su descubrimiento de las leyes que rigen la caída de los cuerpos, no comenzó a interesarse por la astronomía. Apuntando en dirección al cielo el recién inventado te­lescopio y aplicando su extraordinario don de observación a los fe­nómenos celestes, Galileo logró poner en duda la antigua cosmología y afirmar la validez científica de la hipótesis concebida por Copér­nico.
La parte desempeñada por Galileo en la Revolución Científica va más allá de sus éxitos en el campo de la astronomía, si bien éstos fueron los más célebres a causa del enfrentamiento que tuvo con la Iglesia. Galileo fue el primero en utilizar la experimentación cien­tífica junto con un lenguaje matemático para formular las leyes na­turales que descubrió y por ello se lo considera el padre de la ciencia moderna. «La filosofía —afirmaba— está escrita en el gran libro que se abre ante nosotros, pero para entenderlo tenemos que apren­der el lenguaje y descifrar los caracteres con los que está escrito. El lenguaje es la matemática y los caracteres son los triángulos, los cír­culos y las demás figuras geométricas»1. Estas dos facetas de la obra de Galileo —el enfoque empírico y la descripción matemática de la naturaleza— supusieron un gran adelanto para su época y se con­virtieron en las características dominantes de la ciencia del siglo XVII.
Hasta el día de hoy se las utiliza como criterio para cualquier teoría científica.
Según Galileo, para que fuese posible describir la naturaleza ma­temáticamente, los científicos tenían que limitarse al estudio de las propiedades esenciales de los cuerpos materiales —formas, números y movimiento— que pudiesen ser medidas o contadas. Las restantes propiedades —el color, el sonido, el sabor o el olor— eran consi­deradas simplemente una proyección mental subjetiva que debía ser excluida del dominio de la ciencia2. La estrategia de Galileo —dirigir el interés del científico a las propiedades cuantificables de la mate­ria— ha tenido gran éxito en la ciencia moderna pero, por otro lado, también le ha infligido graves pérdidas, como nos recuerda el psi­quiatra R.D. Laing: «Desaparece la vista, el oído, el sabor, el tacto y el olfato y junto con ellos se van también la estética y el sentido ético, los valores, la calidad y la forma, esto es, todos los sentimientos, los motivos, el alma, la conciencia y el espíritu. Las ex­periencias de esta índole han sido desterradas del reino del discurso científico»3. Según Laing, la obsesión de los científicos por las me­didas y cantidades ha sido el factor determinante de los cambios ocu­rridos durante los últimos cuatrocientos años.
Mientras, en Italia Galileo ideaba sus ingeniosos experimentos, en Inglaterra Francis Bacon exponía sus teorías sobre el método em­pírico. Bacon fue el primero en formular una teoría clara del pro­cedimiento inductivo que consiste en extraer una conclusión de ca­rácter general a partir de un experimento y luego confirmarla con otros experimentos. Bacon defendió sus planteamientos enérgica­mente y llegó a tener una gran influencia en el pensamiento de su época; se enfrentó con audacia a las escuelas filosóficas tradicionales y desarrolló una verdadera pasión por la experimentación científica.
El «espíritu baconiano» modificó profundamente los objetivos y la naturaleza de la investigación científica. Desde la antigüedad, la ciencia había tenido como meta el conocimiento, la comprensión del orden natural y la vida en armonía con este orden. El hombre bus­caba el conocimiento científico «para gloria de Dios» o, en la civi­lización china, «para seguir el orden natural» y «confluir en la co­rriente del Tao»4. Todos estos objetivos eran yin, o integradores; hoy diríamos que los científicos de aquella época tenían una postura básica ecológica. Pero en el siglo XVII esta actitud se transformó en su polo opuesto, pasando del yin al yang, de la integración a la au­toafirmación. Con Bacon la ciencia comenzó a tener como fin un tipo de conocimiento que permitiera dominar y controlar la natu­raleza conocimientos que hoy se emplean junto con la tecnología para lograr objetivos que son profundamente antiecológicos.
Los términos que Bacon utilizaba para defender su nuevo método empírico no sólo eran apasionados sino que, a menudo, se podían tachar de atroces. En su opinión, la naturaleza tenía que ser «acosada en sus vagabundeos», «sometida y obligada a servir», «esclavizada»; había que «reprimirla con la fuerza» y la meta de un científico era «torturarla hasta arrancarle sus secretos»5. Es probable que muchas de estas imágenes le fueran inspiradas por los procesos de brujería que se celebraban con frecuencia en su época. Como fiscal del Tri­bunal Supremo durante el reinado de Jaime I, Bacon estaba muy familiarizado con estos juicios y, por consiguiente, no es raro que utilizara las metáforas escuchadas en la sala de tribunales para sus escritos científicos. De hecho, la comparación de la naturaleza con una hembra a la que se había de torturar con artilugios mecánicos para arrancarle sus secretos sugiere claramente que la tortura a mu­jeres era una práctica muy difundida en los procesos por brujería a comienzos del siglo XVI6. Por consiguiente, la obra de Bacon es un ejemplo significativo de la influencia que la mentalidad patriarcal tuvo en el desarrollo del pensamiento científico.
El antiguo concepto de la tierra/madre se transformó radicalmente en la obra de Bacon y desapareció por completo cuando la Revo­lución Científica reemplazó la visión orgánica del mundo con la me­táfora del mundo/máquina. Este cambio, que llegaría a tener una importancia abrumadora en la evolución ulterior de la civilización occidental, fue iniciado y completado por dos grandes figuras del siglo XVII: René Descartes e Isaac Newton.

A Descartes se lo suele considerar el fundador de la filosofía mo­derna. Brillante matemático, sus ideas filosóficas fueron afectadas por la nueva física y la astronomía. Descartes rechazó los conceptos tradicionales y se propuso crear un sistema de pensamiento total­mente nuevo. Según Bertrand Russell: «Esto no había ocurrido desde Aristóteles y es una señal de la seguridad que el hombre de nuestro tiempo tiene en sí mismo; esta confianza es un resultado del progreso científico. La novedad de los conceptos que (Descartes) plantea en su obra no se halla en ningún otro filósofo eminente del pasado, salvo en Platón»7.
A la edad de veintitrés años Descartes tuvo la visión reveladora que iba a determinar toda su vida8. Después de meditar durante va­rias horas y examinar sistemáticamente toda la sabiduría que había acumulado, le sobrevino una ráfaga de inspiración y comprendió «las bases de una maravillosa ciencia» en la que se fusionarían todos los conocimientos. En una carta que escribe a un amigo para explicarle su ambiciosa meta, Descartes parece haber tenido un presagio de esta intuición: «Y para no ocultarte nada sobre la naturaleza de mi obra, te diré que me gustaría dar al público... una ciencia completamente nueva que resolviese en términos generales todos los problemas de cantidad, sean éstos continuos o discontinuos»9. En su visión, Descartes concibió la manera de llevar a cabo su plan. Vio un método que le permitiría construir toda una ciencia de la naturaleza de la que podía estar totalmente seguro; una ciencia que, como la matemática se apoyaría en ciertos principios básicos evidentes. Descartes quedó pasmado ante esta revelación. Sintió que acababa de hacer el descubrimiento más importante de su vida y no le cupo la menor duda de que la visión fuese una suerte de inspiración divina. A la noche siguiente tuvo un sueño extraordinario durante el cual la visión se le presentó en forma simbólica y esto contribuyó a reforzar la convicción de su origen divino. Entonces Descartes se persuadió de que Dios le había encomendado una misión y se propuso establecer una nueva filosofía científica.
En virtud de esta visión, Descartes quedó firmemente convencido de la certeza de los conocimientos científicos y se decía a sí mismo, que su vocación era distinguir la verdad del error en todos los campos del estudio. «Toda la ciencia —escribió— es sabiduría cierta evidente. Rechazamos todos los conocimientos que sólo son probables y establecemos que no debe darse asentimiento sino a los que son perfectamente conocidos y de los que no cabe dudar»10.
La fe en la certeza absoluta de la ciencia está en el origen mismo de la filosofía cartesiana y de la visión del mundo que deriva de ella, sin embargo fue aquí, desde el principio, donde Descartes se equivocó. En el siglo XX la física nos ha demostrado con la fuerza de sus argumentos, que no existe una certeza científica absoluta y que todos nuestros conceptos y nuestras teorías son limitados y aproximativos.
La filosofía cartesiana de la certeza científica absoluta es aún muy popular y se refleja en el cientifismo que caracteriza a nuestra civilización occidental. Muchos de nuestros contemporáneos, científicos y no científicos, están convencidos de que éste es el único método válido para entender el universo. El método del pensamiento cartesiano y su visión de la naturaleza han influido en todas las ramas de la ciencia moderna y pueden seguir utilizándose siempre y cuando se admitan sus limitaciones. Aceptar la visión de Descartes como la verdad absoluta y su método como una manera válida de lograr el conocimiento ha sido una de las principales causas de nuestro desequilibrio cultural.
La certidumbre cartesiana es matemática en esencia. Descartes creía que la clave del universo se hallaba en su estructura matemática y, para él, ciencia era sinónimo de matemáticas. Por esta razón es­cribió, con respecto a las propiedades de los objetos físicos: «Sólo admito como verdadero lo que haya sido deducido —con la claridad de un ejemplo matemático— de unas nociones comunes acerca de las cuales no quepa la menor duda. Como todos los fenómenos de la naturaleza pueden explicarse de esta manera, creo que no tenemos necesidad de admitir otros principios de la física y tampoco hemos de desearlos»11.
Como Galileo, Descartes pensaba que la matemática es el lenguaje de la naturaleza —«ese gran libro que se abre ante nosotros»— y su deseo de describir el mundo en términos matemáticos lo llevó a rea­lizar su más famoso descubrimiento. Aplicando las relaciones nu­méricas a figuras geométricas, logró establecer una correlación entre el álgebra y la geometría y con ello creó una nueva rama de las ma­temáticas, que hoy se conoce como geometría analítica. Dicha cien­cia incluyó la representación de curvas mediante ecuaciones alge­braicas cuyas soluciones Descartes estudió de manera sistemática. El nuevo método le permitió aplicar un análisis matemático más general al estudio de los cuerpos en movimiento de acuerdo con su grandioso proyecto de establecer una relación matemática exacta en todos los fenómenos físicos. Con ello podía decir orgullosamente: «Toda mi física no es más que geometría»12.
Descartes fue un genio de las matemáticas y esto se refleja en su filosofía. A fin de realizar su proyecto de crear una ciencia natural completa y exacta, desarrolló un nuevo método de razonamiento y lo expuso en su famosísimo libro Discurso del método. Aunque este texto es hoy uno de los grandes clásicos de la filosofía, no fue con­cebido como tal, sino más bien como una introducción a la ciencia. El método cartesiano tenía como meta llegar a la verdad científica, como claramente se ve en el título completo del libro: «Discurso del método para guiar correctamente el razonamiento y encontrar la ver­dad en las ciencias»
La clave del método cartesiano se halla en la duda radical. Des­cartes pone en duda todo aquello de que sea posible dudar —toda la sabiduría tradicional, las impresiones de los sentidos y hasta el hecho de tener un cuerpo— hasta llegar a un punto sobre el cual no cabe albergar ninguna duda: su existencia como sujeto pensante. De ahí su famosa afirmación: «Cogito ergo sum» («Pienso, luego existo»). De este principio deduce que la esencia de la naturaleza humana se halla en el pensamiento y que todo aquello que sea per­cibido con gran claridad y distinción es absolutamente cierto. A este concepto tan claro y distinto —«un concepto de la mente pura y atenta»13—, Descartes lo llama «intuición» y afirma que «el hombre, para llegar a un conocimiento absolutamente cierto de la verdad, sólo puede guiarse por la intuición evidente y la deducción necesaria»14. El conocimiento cierto, por consiguiente, sólo se obtiene mediante la intuición y la duda, los dos instrumentos utilizados por Descartes en una tentativa de reconstruir el edificio de la sabiduría sobre ci­mientos más firmes.
El método cartesiano es analítico, esto es, consiste en dividir los pensamientos y problemas en cuantas partes sea posible y luego dis­ponerlos según un orden lógico. El método de razonamiento ana­lítico quizá sea la principal contribución de Descartes a la ciencia. El racionalismo se ha convertido en una característica esencial del, pensamiento científico moderno y ha demostrado su utilidad en el desarrollo de teorías científicas y en la realización de proyectos tecnológicos extremadamente complejos. Gracias al método cartesiano, la NASA logró poner a un hombre en la luna. Por otro lado, la excesiva importancia dada al racionalismo es una de las causas que caracterizan tanto a nuestras ideas generales como a nuestras disci­plinas académicas, además de propiciar la postura reduccionista —la convicción de que hay que reducir los fenómenos complejos a sus partes constitutivas para lograr entenderlos— tan difundida en el mundo de hoy.
El Cogito —nombre que hoy se da al método cartesiano— hizo que para él la razón fuese más cierta que la materia y le hizo llegar a la conclusión de que ambas cosas eran entes separados y básica­mente distintos. Por consiguiente, afirmó que «el concepto de cuerpo no incluye nada que pertenezca a la mente y el de mente, nada que pertenezca al cuerpo»15. La distinción que Descartes hizo entre la mente y el cuerpo ha calado hondo en la civilización occi­dental. Nos ha enseñado a pensar en nosotros mismos como egos aislados «dentro» de nuestro cuerpo; nos ha hecho conceder más valor al trabajo intelectual que al manual; a las grandes industrias les ha permitido vender al público —especialmente al público feme­nino— productos que le darían el «cuerpo ideal»; a los médicos les ha impedido considerar las dimensiones psicológicas de las enfer­medades y a los psicoanalistas ocuparse del cuerpo de sus pacientes. En las ciencias humanas, la distinción cartesiana ha provocado una infinita confusión sobre la relación que existe entre la mente y el cerebro; en física, ha hecho que los fundadores de la mecánica cuán­tica se enfrenten a enormes obstáculos en sus observaciones de los fenómenos atómicos. Según Heisenberg, que luchó contra este pro­blema durante muchos años: «En los últimos tres siglos esta división ha ido penetrando profundamente en la mente humana, y pasará mu­cho tiempo antes de que pueda ser reemplazada con una postura ver­daderamente diferente ante el problema de la realidad»16.
Descartes basaba toda su visión de la naturaleza en esta división fundamental existente entre dos campos independientes y separados: el del pensamiento o res cogitans, la «substancia pensante», y el de la materia o res extensa, la «substancia extensa». Tanto la mente como la materia eran obra de Dios; Él representaba el punto de re­ferencia de ambas cosas al ser el origen del orden natural exacto y de la luz de la razón que permitía al ser humano reconocer este or­den. Para Descartes, Dios era un elemento esencial de su discurso filosófico, pero los científicos que desarrollaron sus teorías según la distinción cartesiana entre la mente y la materia omitieron cualquier referencia explícita a la presencia divina: las humanidades se concen­traron en la res cogitans y las ciencias naturales en la res extensa.
Según Descartes el universo material era una máquina y sólo una máquina. En la materia no había ni vida, ni metas, ni espiritualidad. La naturaleza funcionaba de acuerdo con unas leyes mecánicas, y todas las cosas del mundo material podían explicarse en términos de la disposición y del movimiento de sus partes. Esta imagen meca­nicista de la naturaleza fue el paradigma que dominó la ciencia des­pués de Descartes, marcando la pauta de las investigaciones cientí­ficas y sugiriendo la formulación de todas las teorías sobre los fe­nómenos naturales, hasta que la física del siglo XX efectuó un cambio radical. Toda la elaboración de la ciencia mecanicista que tuvo lugar entre el siglo XVII y el siglo XIX —incluida la grandiosa síntesis newtoniana— fue sólo una evolución de la idea cartesiana. Descartes dio una estructura general al pensamiento científico con su visión de la naturaleza como una máquina perfecta regida por leyes matemá­ticas exactas.
El cambio drástico en la imagen de la naturaleza —de organismo a máquina— afectó profundamente la actitud de las personas hacia su entorno natural. La visión orgánica del mundo durante la Edad Media había sugerido un sistema de valores propicios a un compor­tamiento ecológico. En palabras de Carolyn Merchant:
La imagen de organismo vivo y de madre que se le daba a la tierra fue utilizada como obstáculo cultural para limitar las acciones de los seres humanos. No es nada fácil matar a la propia madre, hurgar en sus entrañas en búsqueda de oro o mutilar su cuerpo... Mientras se pensó en la tierra como algo vivo y sensible, podía considerarse como falta de ética del comportamiento humano el llevar a cabo actos des­tructivos en contra de ella17.
Estos límites culturales desaparecieron con la mecanización de la ciencia. La concepción mecanicista del universo ideada por Descartes proporcionó la autorización «científica» para la manipulación y la explotación de los recursos naturales que se ha convertido en una constante de la cultura occidental. De hecho, Descartes compartía la opinión de Bacon en cuanto a que la meta de la ciencia era dominar y controlar la naturaleza y afirmaba que podía utilizarse el conoci­miento científico para «convertirnos en los amos y dueños de la na­turaleza»18.
En su tentativa de crear una ciencia natural completa, Descartes incluyó a los organismos vivos dentro de su visión mecanicista de la materia. Las plantas y los animales se consideraban simples máqui­nas; los seres humanos estaban habitados por un alma racional que se conectaba con el cuerpo mediante la glándula pineal, situada en el centro del cerebro. En cuanto al cuerpo humano, era imposible diferenciarlo de un animal/máquina. Descartes explicó detallada­mente la manera de reducir los movimientos y las funciones bioló­gicas del cuerpo a simples operaciones mecánicas, a fin de demostrar que los organismos vivos eran meros autómatas. La imagen del au­tómata denota la influencia que en él —como hombre de su tiempo, el barroco siglo XVI— ejercieron aquellas maquinarias ingeniosas, «casi vivas», que deleitaban al público por la magia de sus movi­mientos aparentemente espontáneos. Como muchas personas de su generación, Descartes estaba fascinado por esos autómatas y llegó incluso a construir varios. Inevitablemente, estableció una compa­ración entre sus creaciones y el funcionamiento de los organismos vivos: «Vemos que los relojes, las fuentes artificiales, los molinos y otras máquinas semejantes, a pesar de haber sido creadas por el hom­bre, tienen la facultad de moverse por sí mismas de diferentes ma­neras... No reconozco ninguna diferencia entre las máquinas de los artesanos y los diferentes cuerpos creados por la naturaleza»19.
En la época de Descartes la relojería había alcanzado un alto nivel de perfeccionamiento y, por consiguiente, el reloj era un modelo privilegiado para otras máquinas automáticas. Descartes comparaba a los animales a «un reloj... hecho... de ruedas y muelles» y extendió la comparación al cuerpo humano: «Veo el cuerpo humano como una máquina... En mi opinión... un enfermo y un reloj mal hecho pueden compararse con mi idea de un hombre sano y un reloj bien hecho»"20
La visión cartesiana de los organismos vivos tuvo una influencia decisiva en la evolución de las ciencias humanas. Describir minucio­samente los mecanismos que constituyen los organismos vivos ha sido la tarea principal de todos los biólogos, los sociólogos y los psicólogos en los últimos trescientos años. El enfoque cartesiano ha tenido mucho éxito —especialmente en el campo de la biología—pero también ha limitado los posibles caminos de la investigación científica. El problema está en que los científicos, alentados por el éxito obtenido tratando a los organismos vivos como máquinas, tien­den a creer que estos organismos son sólo máquinas. Las conse­cuencias negativas de esta falacia reduccionista se han vuelto clarí­simas en la medicina; los médicos, suscritos a la imagen cartesiana del cuerpo humano como un mecanismo de relojería, no pueden en­tender muchas de las principales enfermedades presentes en el mundo de hoy.
Ésta, pues, es la «maravillosa ciencia» de Descartes. Utilizando un método de pensamiento analítico creado por él, trató de explicar con precisión todos los fenómenos naturales por un sistema único de principios mecánicos. De este modo pensaba lograr una ciencia a exacta cuyos conceptos fueran de una certeza matemática absoluta. Por supuesto, Descartes no logró llevar a cabo su ambicioso pro­yecto y él mismo reconoció que no había podido llevar a término su filosofía científica. A pesar de ello, el método de razonamiento y el esquema general de la teoría sobre los fenómenos naturales han de­terminado el pensamiento científico de Occidente durante tres siglos.
Hoy, a pesar de que se comienzan a vislumbrar las severas limitaciones de la visión cartesiana del mundo, el método de enfocar los problemas intelectuales y la claridad de razonamiento de Descartes siguen vigentes. Recuerdo que un día, después de pronunciar una conferencia sobre física moderna en el que había recalcado la im­portancia de las limitaciones del enfoque mecanicista en la cuántica y la necesidad de superar esta visión en otros campos, una mujer, francesa me felicitó por mi «lucidez cartesiana». Por ello Montesquieu escribía en el siglo XVIII: «Descartes enseñó a los que vinie­ron después de él cómo descubrir sus propios errores»21.
Descartes dio una estructura conceptual a la ciencia del siglo XVII, pero su idea de una máquina del mundo regida por leyes matemáticas siguió siendo sólo una visión ilusoria durante toda su vida. Lo único que pudo hacer fue trazar las líneas generales de su teoría sobre lo fenómenos naturales. El hombre que realizó el sueño cartesiano completó la Revolución Científica fue Isaac Newton. Nacido en Inglaterra en 1642, año de la muerte de Galileo, Newton desarrolla toda una fórmula matemática del concepto mecanicista de la natu­raleza y con ella sintetizó magníficamente las obras de Copérnico y de Kepler, y también las de Bacon, Galileo y Descartes. La física newtoniana, logro supremo de la ciencia del siglo XVII, estableció una teoría matemática del mundo que se convirtió en la base del pensamiento científico hasta mediados del siglo XX. Newton tenía una comprensión de las matemáticas muy superior a la de cualquiera de sus contemporáneos. Inventó el cálculo diferencial, un método totalmente nuevo para describir el movimiento de los cuerpos sólidos que iba mucho más allá de las técnicas matemáticas de Galileo y de Descartes. Este tremendo logro intelectual fue elogiado por Einstein con estas palabras: «Quizá este sea el mayor avance en el campo intelectual que un solo individuo haya tenido el privilegio de ha­cer»22
Kepler había deducido las leyes empíricas del movimiento plane­tario mediante el estudio de las tablas astronómicas, y Galileo había realizado ingeniosos experimentos para descubrir las leyes de la caída de los cuerpos. Newton aunó los descubrimientos de sus predece­sores, formulando las leyes generales del movimiento que rigen to­dos los objetos del sistema solar, desde las piedras hasta los planetas.

Según la leyenda, Newton tuvo la revelación decisiva de su ciencia un día que, sentado bajo un árbol, vio caer una manzana. Le sobre­vino una ráfaga de inspiración y comprendió que la manzana estaba siendo atraída hacia la tierra por la misma fuerza que atraía los pla­netas hacia el sol; de esta manera encontró la clave de su genial sín­tesis. Después utilizó su nuevo método matemático para formular las leyes exactas del movimiento para todos los cuerpos en los que influyen la fuerza de gravedad. La importancia de estas leyes se basa en su aplicación universal. Por el hecho de ser válidas para todo el sistema solar parecían confirmar la visión cartesiana de la naturaleza. El universo newtoniano era, en efecto, un enorme sistema mecánico regido por leyes matemáticas exactas.
En su libro Principios Matemáticos de la Filosofía Natural, New­ton expuso su teoría con gran lujo de detalles. Los Principia (dimi­nutivo del título original latino de la obra) comprenden un vasto sistema de definiciones, proposiciones y pruebas, que los científicos admitieron como la correcta descripción de la naturaleza durante más de doscientos arios. También contienen un comentario explícito del método experimental newtoniano, que su autor veía como un pro­cedimiento sistemático en el cual la descripción matemática se basa en una evaluación crítica de las pruebas experimentales realizada en cada una de sus etapas.
Todo lo que no se pueda deducir de los fenómenos ha de llamarse hipótesis; y las hipótesis, sean metafísicas o físicas, sean de calidades ocultas o mecánicas, no tienen cabida en la filosofía experimental. En esta filosofía las proposiciones particulares se deducen de los fenó­menos y después se universalizan por inducción23.

viernes, 10 de junio de 2016

Promedio final.

ORDEN: Nombre y Apellido - 2da prueba - Promedio final - Calidad.

Lemoos, Camila - 8 - 8 - Eximida
Mettetiere, Lorena - 6 - 8 - Eximida.
Alvez, Lucia - 7 - 8 - Eximido.
Da costa, Sergio -  10 - 10 - Eximido.
Soto, Andrea - 7 - 8 - Eximida
Alvarez, Lucia - 6 - 7 - Eximida
Amarelle,  Valentina (No registrate tu nombre en la prueba) - 5 - 7 - Eximida
Villalva, Fernando - 5 - 6- Reglamentado.
Birò, Martin - s/c - 6- Eximido
Peralta, Claudio - s/c No realiza - 8 - Eximido.
La Camera - s/c No realiza - 6 - Eximido.

Me informaron que la 2da sumativa debe quedar archivada en el liceo, no la pueden llevar. Si la pueden pedir para ver.
Deben estudiar las definiciònes de Falacias informales y ver ejemplos. Se equivocaron varios en este punto.

Solo para Nocturno de Liceo Bauzá - Nº6



Programa analítico sintético de Filosofía.
Grupo – 5to BA semestral
Liceo Nº6 “Bauzá” – Nocturno
Profesora: Daniela Zapata.

Unidad I- Introducción a la asignatura.
Concepto de espiritu filosófico de Vaz Ferreira.
Características del pensar filosófico. Problemas y ramas de la filosofía.
Jasper. Comienzo y Origen de la filosofía. (Duda, asombro y situación límite).
Comienzo de la Filosofía: Hipótesis de los historiadores: Burnet, Vernant y Conford.

Unidad II – Gnoseología.
Preguntas guía: ¿Podemos conocer? ¿Cómo conocemos? ¿Podemos confiar en los sentidos? ¿Cómo es valorado el conocimiento científico? ¿Quién puede conocer?

Platón: “Alegoría de la caverna”, “Alegoría de la Línea”, Teoría de la ideas.
Concepto de Realismo ontológico y epistemológico. Concepto de realismo en el Arte.
Neurociencia: Investigaciones entorno a la percepción, ¿El mundo es cómo lo vemos?
Aristóteles: Selección de “La metafísica”. Libro I y II. Valoración de los sentidos. Conocimiento experto y artístico. Caracterización del sabio, el artista, el experto y el ignorante.

Unidad III – Argumentación.
Materiales elaborados principalmente desde libro de Raquel Ginovart “Cómo hacer cosas con razones” y Antony Weston “Las claves de la argumentación”.

Definición de Argumentación. Cuándo es posible argumentar. Ventajas de aprender a argumentar.
Def. de razonamiento. Definición de lógica. Diferencia entre verdad y validez. Ejemplos.
Diferencia entre convencer y persuadir.
Juicio de razón y Juicio de hecho. Ejemplos.
Detección y elaboración de un argumento corto.
Definición de Falacia. Clasificación en formales y no formales.
Trabajamos apelación al pueblo, apelación a la fuerza, apelación a la autoridad, ad hominem, causa falsa, apelación a la ignorancia.
Ejemplos de falacia.

Unidad IV – El sujeto que conoce.
¿Cuáles son las causas de nuestras conductas? ¿Podemos conocerlas?
Respondemos desde el condicionamiento operante de Skinner y desde el psicoanálisis de Freud.

Skinner - Def. de conducta. Reforzamiento negativo y positivo. Motivación extinción. Castigo de escape o huida y por presentación de elemento aversivo.
Freud – Primer y Segunda tópica. Concepto de Inconsciente.

Alumnos reglamentados: corresponde todas las unidades.
Alumnos eximidos: corresponde rendir la segunda prueba (Examen) de Unidad III en adelante.

Unidad IV - Freud - Las tópicas.



Unidad IV - Freud - Las tópicas

Tal y como aclaran Jean Laplanche y Jean-Bertrand Pontalis en su "Diccionario de Psicoanálisis" Tópica hace referencia a una "Teoría o punto de vista que supone una diferenciación del aparato psíquico en cierto número de sistemas dotados de características o funciones diferentes y dispuestos en un determinado orden entre sí, lo que permite considerarlos metafóricamente como lugares psíquicos de los que es posible dar una representación espacial figurada. Corrientemente se habla de dos tópicas freudianas, la primera en que se establece una distinción fundamental entre inconsciente, preconsciente y consciente, y la segunda que distingue tres instancias: el ello, el yo, el superyó".
Primera tópica: consciente, preconsciente e inconsciente
La conciencia es la cualidad momentánea que caracteriza las percepciones externas e internas dentro del conjunto de los fenómenos psíquicos. El término inconsciente se utiliza para connotar el conjunto de los contenidos no presentes en el campo actual de la conciencia. Está constituido por contenidos reprimidos que buscan regresar a la conciencia o bien que nunca fueron conscientes y su cualidad es incompatible con la conciencia. El 'preconsciente' designa una cualidad de la psique que califica los contenidos que no están presentes en el campo de la conciencia pero pueden devenir en conscientes. Los estados reprimidos son aquellos que no se les puede acceder sin una hipnosis, generalmente son revelaciones a través de imágenes retenidas durante el tiempo de vida de cada individuo.
Segunda tópica: el Ello, el Yo y el Superyó

El Ello es la instancia más antigua y original de la personalidad y la base de las otras dos. Comprende todo lo que se hereda o está presente al nacer, se presenta de forma pura en nuestro inconsciente. Representa nuestros impulsos o pulsiones más primitivos. Constituye, según Freud, el motor del pensamiento y el comportamiento humano. Opera de acuerdo con el principio del placer y desconoce las demandas de la realidad.
El Superyó es la parte que contrarresta al ello, representa los pensamientos morales y éticos recibidos de la cultura. Consta de dos subsistemas: la "conciencia moral" y el ideal del yo. La "conciencia moral" se refiere a la capacidad para la autoevaluación, la crítica y el reproche. El ideal del yo es una autoimagen ideal que consta de conductas aprobadas y recompensadas.
El Yo es una parte del ello modificada por su proximidad con la realidad y surge a fin de cumplir de manera realista los deseos y demandas del ello de acuerdo con el mundo exterior, a la vez que trata de conciliarse con las exigencias del superyó. El yo evoluciona a partir del ello y actúa como un intermediario entre éste y el mundo externo. El yo sigue al principio de realidad, satisfaciendo los impulsos del ello de una manera apropiada en el mundo externo. Utiliza el pensamiento realista característico de los procesos secundarios. Como ejecutor de la personalidad, el yo tiene que medir entre las tres fuerzas que le exigen: las del mundo de la realidad, las del ello y las del superyó, el yo tiene que conservar su propia autonomía por el mantenimiento de su organización integrada.
Los papeles específicos desempeñados de las entidades ello, yo y superyó no siempre son claros, se mezclan en demasiados niveles. La personalidad consta según este modelo de muchas fuerzas diversas en conflicto inevitable.

Mecanismos de defensa.

Freud define la represión como un mecanismo de defensa cuya esencia consiste en rechazar y mantener alejados de la consciencia determinados elementos que son dolorosos o inaceptables para el yo. Estos pensamientos o ideas tienen para Freud un contenido sexual. La represión se origina en el conflicto psíquico que se produce por el enfrentamiento de exigencias internas contrarias entre un deseo que reclama imperativamente su satisfacción y las prohibiciones morales. El yo se defiende del dolor que causa la incompatibilidad reprimiendo el deseo.
En los sueños opera la condensación. Varios elementos presentes en el sueño latente se conjugan, se unen en un mismo elemento; pueden ser fragmentos de imágenes, frases o trozos de ideas. Estos fragmentos de vivencias siempre estarán unidos de alguna forma por elementos comunes, que los relacionan y aparecen durante el análisis por medio de la asociación libre. Un ejemplo de condensación se da cuando soñamos con una persona que reúne rasgos de diferentes personas, a veces se presenta como una persona determinada y de pronto se convierte o desempeña el papel de alguna otra más.
El desplazamiento, que también se presenta en los sueños, consiste en que la intensidad, la importancia y la cantidad de afecto de algunas ideas se desplaza hacia otras de manera que puede mostrar como importante algún elemento que en realidad es superfluo y, por el contrario, mostrar como imprecisos y sin importancia elementos importantes que por lo general corresponden a recuerdos de la infancia. El desplazamiento es el proceso que más influye en ocultar el sentido latente del sueño. Cuanto más confuso y oscuro es un sueño, más ha sido influido por el desplazamiento.

El desarrollo libidinal. Pulsión y Libido.
El psicoanálisis emplea el término pulsión (impulso que tiende a la consecución de un fin) para el estudio del comportamiento humano. Se denomina pulsión a las fuerzas derivadas de las tensiones somáticas en el ser humano, y las necesidades del ello; en este sentido las pulsiones se ubican entre el nivel somático y el nivel psíquico.
La pulsión es un impulso que se inicia con una excitación corporal (estado de tensión), y cuya finalidad última es precisamente la supresión de dicha tensión.
Hay dos tipos de pulsiones, la pulsión sexual o de vida (Eros) y la pulsión de muerte (Thánatos). Para el psicoanálisis el impulso sexual tiene unas acotaciones muy superiores a lo que habitualmente se considera como sexualidad. La libido es la energía pulsional, y puede presentar diferentes alternativas según esté dirigida a los objetos (libido objetal), o bien se dirija al propio Yo (libido narcisista).


Sigmund Freud: justificación del concepto de lo inconsciente.

 

Desde muy diversos sectores se nos ha discutido el derecho a aceptar la existencia de un psiquismo inconsciente y a laborar científicamente con esta hipótesis. Contra esta opinión podemos argüir que la hipótesis de la existencia de lo inconsciente es necesaria y legítima, y, además, que poseemos múltiples pruebas de su exactitud. Es necesaria, porque los datos de la conciencia son altamente incompletos. Tanto en los sanos como en los enfermos surgen con frecuencia actos psíquicos cuya explicación presupone otros de los que la conciencia no nos ofrece testimonio alguno. Actos de este género son no sólo los actos fallidos y los sueños de los individuos sanos, sino también todos aquellos que calificamos de un síntoma psíquico o de una obsesión en los enfermos. Nuestra cotidiana experiencia personal nos muestra ocurrencias cuyo origen desconocemos y conclusiones intelectuales cuya elaboración ignoramos. Todos estos actos conscientes resultarán faltos de sentido y coherencia si mantenemos la teoría de que la totalidad de nuestros actos psíquicos ha de sernos dada a conocer por nuestra conciencia y, en cambio, quedarán ordenados dentro de un conjunto coherente e inteligible si interpolamos entre ellos los actos inconscientes que hemos inferido. Esta ganancia de sentido constituye, de por sí, motivo justificado para traspasar los límites de la experiencia directa. Y si luego comprobamos que tomando como base la existencia de un psiquismo inconsciente podemos estructurar un procedimiento eficacísimo, por medio del cual influir adecuadamente sobre el curso de los procesos conscientes, este éxito nos dará una prueba irrebatible de la exactitud de nuestra hipótesis. Habremos de situarnos entonces en el punto de vista de que no es sino una pretensión insostenible el exigir que todo lo que sucede en lo psíquico haya de ser conocido por la conciencia. [...]

 

El nódulo del sistema Inc. está constituido por representaciones de instintos que aspiran a derivar su carga, o sea por impulsos de deseos. Estos impulsos instintivos se hallan coordinados entre si y coexisten sin influir unos sobre otros ni tampoco contradecirse. Cuando dos impulsos de deseos cuyos fines nos parecen inconciliables son activados al mismo tiempo, no se anulan recíprocamente sino que se unen para formar un fin intermedio, o sea una transacción.

 

En este sistema no hay negación ni duda alguna, ni tampoco grado ninguno de seguridad. Todo esto es aportado luego por la labor de la censura que actúa entre los sistemas Inc. y Prec. La negación es una sustitución a un nivel más elevado de la represión. En el sistema Inc. no hay sino contenidos más o menos enérgicamente catectizados.

 

Reina en él una mayor movilidad de las intensidades de carga. Por medio del proceso del desplazamiento puede una idea transmitir a otra todo el montante de su carga, y por el de la condensación acoger en sí toda la carga de varias otras ideas. A mi juicio, deben considerarse estos dos procesos como caracteres del llamado proceso psíquico primario. En el sistema Prec. domina el proceso secundario. Cuanto tal proceso primario recae sobre elementos del sistema Pres., lo juzgamos «cómico» y despierta la risa.

 

Los procesos del sistema Inc. se hallan fuera del tiempo esto es, no aparecen ordenados cronológicamente, no sufren modificación ninguna por el transcurso del tiempo y carecen de toda relación con él. También la relación temporal se halla ligada a la labor del sistema Cc.

 

Los procesos del sistema Inc. carecen también de toda relación con la realidad Se hallan sometidos al principio del placer y su destino depende exclusivamente de su fuerza y de la medida en que satisfacen las aspiraciones comenzadas por el placer y el displacer.

 

Resumiendo, diremos que los caracteres que esperamos encontrar en los procesos pertenecientes al sistema Inc. son la falta de contradicción el proceso primario (movilidad de las cargas), la independencia del tiempo y la sustitución de la realidad exterior por la psíquica.

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Metapsicología: lo inconsciente, en Obras completas, Biblioteca Nueva, Madrid 1968, Vol. I, p.1052-1061.

 

Sigmund Freud: instinto de vida, instinto de muerte

 

En nuestro estudio Más allá del principio del placer desarrollamos una teoría que sostendremos y continuaremos en el presente trabajo. Era esta teoría la de que es necesario distinguir dos clases de instintos, una de las cuales, los instintos sexuales, o el Eros, era la más visible y accesible al conocimiento, e integraba no sólo el instinto sexual propiamente dicho, no coartado, sino también los impulsos instintivos coartados en su fin y sublimados y derivados de él, y el instinto de conservación, que hemos de adscribir al yo, y el que opusimos justificadamente, al principio de la labor psicoanalítica, a los instintos objetivos sexuales. La determinación de la segunda clase de instintos nos opuso grandes dificultades, pero acabamos por hallar en el sadismo su representante. Basándonos en reflexiones teóricas, apoyadas en la biología, supusimos la existencia de un instinto de muerte, cuya misión es hacer retornar todo lo orgánico animado al estado inanimado, en contraposición al Eros, cuyo fin es complicar la vida y conservarla así, por medio de una síntesis cada vez más amplia de la sustancia viva, dividida en particular. Ambos instintos se conducen en una forma estrictamente conservadora, tendiendo a la reconstrucción de un estado perturbado por la génesis de la vida; génesis que sería la causa tanto de la continuación de la vida como de la tendencia a la muerte. A su vez, la vida sería un combate y una transacción entre ambas tendencias. La cuestión del origen de la vida sería, pues, de naturaleza cosmológica, y la referente al objeto y fin de la vida recibiría una respuesta dualista. (El yo y el ello, IV (Obras completas, 3 vols., Biblioteca Nueva, Madrid 1968, vol. 2, p. 21-22).